El orgullo de Cantabria


La figura de Beato, abad del monasterio de San Martín de Turieno (hoy, Santo Toribio de Liébana) presenta una peculiaridad difícilmente comparable. Por un lado, se trata de un personaje medianamente conocido: cualquier persona culta sabe de la existencia de unos manuscritos (los famosos Beatos) bellamente iluminados entre los siglos X y XIII y custodiados hoy en las más importantes bibliotecas de todo el mundo. Pero por regla general el conocimiento de su persona se acaba ahí. Ni tan siquiera la mayoría de los peregrinos que este Año Jubilar Lebaniego se han acercado al monasterio a venerar el mayor fragmento conservado de la Vera Cruz suelen tener mayor noticia. Sin embargo, Beato fue mucho más que el oscuro autor de un texto que se ilustraría durante varios siglos después de su muerte. Los documentos conservados nos lo sitúan en la segunda mitad del siglo VIII. En esa época, el reino de Asturias -una estrecha franja en la cornisa cantábrica, desde Galicia a Álava- resiste en solitario la invasión musulmana. En ese contexto histórico, Beato constituye un delgado hilo de continuidad entre la floreciente cultura visigoda y las primeras manifestaciones intelectuales que aparecerán en los nuevos centros de Santiago de Compostela, León y Oviedo. Experto teólogo, no duda en oponerse a las herejías que propagan Elipando, obispo de Toledo, y Félix, obispo de Urgel, por toda la Península, para vincularse directamente con la ortodoxia del papa Adriano I. A la vez, mantiene contactos con Alcuino de York y con la corte de Carlomagno, quien inició en esos años la conquista de la Marca Hispánica y establecer una alianza con el joven reino de Asturias. Frente a la comodidad de plegarse al destino de toda España, sometida a los invasores, su voz se levanta, orgullosa, como una declaración de independencia y de vinculación con toda la Europa cristiana.

Es desde esa perspectiva como mejor se comprende toda su obra. El Comentario al Apocalipsis que escribió no es solo una árida obra teológica, para la que ha taraceado fragmentos de aquí y de allí (de Ticonio, de Primario, de Apringio de Beja...), destinada a explicar la lucha entre el Bien y el Mal en el fin de los tiempos, sino que es sobre todo un canto de esperanza en una época llena de sufrimientos. Igual que en el Apocalipsis de san Juan el Bien prevalecerá sobre el Mal, y los justos serán recompensados con la Gloria, los sufridos cristianos del reino de Asturias, la única parte de la antigua Hispania que resiste contra los poderosos invasores musulmanes, encontrarán la victoria final y la recompensa de todas sus penalidades. También se ha atribuido a este autor el himno O Dei Verbum, el primer texto en el que se proclama al apóstol Santiago cabeza de España, y al que se le solicita auxilio para el rey, el clero y el pueblo en su lucha por la supervivencia. No en vano, es en su comentario donde, por primera vez, se afirma que fue Santiago el evangelizador de la Península. Beato, a quien el obispo de Toledo llamaba "lebaniego" como si de un insulto se tratara, se revela asÌ como el personaje que en los momentos más críticos del titubeante reino de Asturias supo transmitir a los monjes, a los reyes y al pueblo un mensaje de futuro, independencia y esperanza. Es comprensible, pues, que en los siglos siguientes, a medida que el avance de la Reconquista se extendía hacia el sur, haciendo retroceder a los musulmanes, su obra se copiara repetidas veces, y que en muchas ocasiones se embelleciera con unas extraordinarias miniaturas. Catedrales, monasterios y todo tipo de centros culturales pugnaron por hacerse con un ejemplar iluminado que les recordara sus trabajosos orígenes.

Quien Sí ha reparado en la trascendencia de Beato, desde luego, ha sido Manuel Moleiro. Desde hace años, su editorial ñ sin duda, la más prestigiosa de Europa en cuanto a libros de gran lujo se refiere se ha volcado en él desde múltiples ángulos. Por un lado cuentan los ensayos eruditos, entre los que cabe destacar el volumen colectivo Comentarios al Apocalipsis. Beato de Liébana (1995) y Beato de Liébana. Manuscritos iluminados de Joaquín Yarza (1998), o las recreaciones de artistas contemporáneos, como la peculiar visión del mismo que realizó Javier Alcaíns (2000). Pero son sin duda sus selectas reproducciones de los códices originales (la palabra facsímil, al hablar de las obras de Moleiro, resulta muy pobre) las que más y mejor han contribuido a difundir su obra en nuestros días. No en vano, en un lapso de tiempo relativamente corto ha publicado los de Beatos de Fernando I y doña Sancha (1994), primeros reyes de Castilla León, de San Andrés de Arroyo (1998), de San Pedro de Cardeña (2001), de Girona (2003) y de Santo Domingo de Silos (2004).

Realmente, es una delicia abrir el primero de ellos. No cabe la menor duda de que se trata de un encargo regio pues, además de que en los primeros folios podemos leer los nombres de los reyes Fernando I y doña Sancha en un extraño laberinto alfabético, todo el volumen denota a las claras un cuidado en su ejecución difícilmente superable. El pergamino fue escogido con el mayor esmero, seleccionando las mejores pieles, las más blancas y de mejor calidad, y eliminando sus minúsculas asperezas e impurezas. La impaginación se realizó de una manera cuidada y regular, hoja por hoja, y la escritura fue confiada a un experto calígrafo, quien se esmeró en reproducir fielmente el texto de Beato no con la letra de su época, la carolina de mediados del siglo XI, sino con la primitiva letra visigótica con la que se habían escrito los antiguos manuscritos de los siglos VIII y IX. Tan orgulloso quedó del trabajo realizado que al final del códice no resistió la tentación de firmarlo: "Facundo lo escribió".

Pero sobre todo nos deslumbran sus maravillosas miniaturas. También en este caso el estilo utilizado fue premeditadamente arcaico, pues se utilizó el antiguo uso mozárabe cuando ya estaba en boga el arte románico. Dos artistas, de estilos muy diferentes, se esforzaron para que el libro de la biblioteca real fuera una verdadera joya de la ilustración medieval, un tesoro digno de un rey y para el que no se escatimaron recursos. Capitales de entrelazados arabescos; complicados laberintos alfabéticos con los nombres de los reyes, Fernando y Sancha, o con los nombres del Anticristo; mapas de todo el orbe; retratos de los apóstoles; árboles genealógicos de personajes bíblicos Junto a ellas, cobran vida los episodios más desgarradores del Apocalipsis: la aparición de los Cuatro Jinetes, las bestias infernales, el mundo devorado por el pecado, la lluvia de sangre; para acabar con los ejércitos celestiales, la gloria de los elegidos: la Jerusalén celestial, el triunfo del Cordero, la alegría de los justos. A lo largo de sus folios, estas escenas aparecen ante nuestros ojos con una fuerza realmente sobrecogedora, acrecentada por su forzado primitivismo. No es extraño, pues, que de todos los ricos volúmenes que Fernando I y doña Sancha encargaron para su biblioteca fuera este el ejecutado con mayores medios. Por eso es una excelente noticia la publicación de este libro, en el que las extraordinarias ilustraciones del Beato de Fernando I y doña Sancha aparecen acompañadas de un detallado estudio de las mismas. Años atrás, Manuel Moleiro realizó una inmejorable reproducción casi original. Prueba de su calidad es que se agotara al poco tiempo, pues era prácticamente imposible distinguirla del códice auténtico: los colores de las miniaturas, la aplicación del pan de oro, el tacto del pergamino, la encuadernación... Los afortunados que la consiguieron no solo tienen desde entonces en sus manos un soberbio ejemplar de un manuscrito medieval, sino el exacto duplicado del libro con el que el más poderoso de los reyes de la Península proclamaba su grandeza y su directa vinculación con el antiguo reino de Asturias y el primitivo imperio visigodo, recuperado por fin en su persona. De ahí el lujo desmedido en su realización y el premeditado carácter arcaizante de su letra y sus ilustraciones. Desde luego, solo la perfección de las producciones de Manuel Moleiro podía hacer frente a este reto, que solventa de una manera sobresaliente. Era de esperar, a la vista de sus trabajos anteriores, que se han convertido en muchas ocasiones en regalos para algunos grandes personajes, como los Príncipes de Asturias o el fallecido papa Juan Pablo II. Desaparecida la excelente reproducción casi original del mercado hace tiempo, la aparición de este libro permitirá disfrutar de sus excelentes miniaturas, sin duda, una de las cumbres indiscutibles del arte español de la Edad Media.

RAFAEL RAMOS, profesor de la Universidad de Girona.

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