Beato de Liébana, códice de Fernando I y doña Sancha

f. 145, Los ángeles de los cuatro vientos (Apoc. VII, 1 y ss.)


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En realidad la miniatura no se centra en los ángeles de los cuatro vientos, sino que se refiere a lo que relata buena parte del capítulo VII, pese a que la miniatura se sitúa inmediatamente después de la “storia” de los ángeles (1-3). Aún queda por abrir el último sello, pese a que hemos olvidado al Cordero, pero antes hay otra visión: los ángeles de los cuatro vientos que están en los cuatro ángulos de la tierra deben contenerse y no soplar sobre la tierra, el mar y los árboles, ya que tienen poder para dañar. Aparece entonces el ángel “con la señal del Dios vivo”, emergiendo del sol. Hay que marcar a los 144.000 elegidos procedentes de las doce tribus de Israel, antes de desencadenar los males.

Los ángeles se asemejan a los cuatro jinetes. Los cuatro ángulos de la tierra son las cuatro partes del mundo. Ángeles y vientos son uno, pero en dos partes, buenos y malos, Iglesia y reinos del mundo. El sol es Cristo y el ángel, la Iglesia. Los 144.000 son los elegidos, los siervos de Dios. Esto es lo sustancial, porque en la glosa Beato se distrae comentando el número 14.000, especialmente su divisor, el doce. Es el resultado del tres de la Trinidad con el cuatro de los evangelistas, lugar común de la simbología numérica medieval.

La referencia a las partes de la tierra convierte el lugar donde se producen estos hechos en un nuevo mapamundi simplificado. En las esquinas están los vientos-ángeles. Si en el Beato de Magio (f. 165v) poseen aún alas, como en el de Gerona (f. 135), las han perdido en el de Valcavado (f. 101) y en el de Fernando I. todo ocurre en el mundo, que repite la forma rectangular, redondeada en las esquinas y rodeada por el mar. En origen, la proximidad de la representación de los vientos al mundo clásico era mayor y el mundo debía ser redondo. Otra vez se ven numerosos peces en ese mar, dibujados con línea blanca sobe el fondo azul del agua.

En la zona superior está el ángel que surge del sol (“angelus ascendens ab ortu solis abens sinu(m) dei”). La señal de dios es la cruz, como podía suponerse, aunque no lo aclara ni el Apocalipsis ni su comentarista. Los elegidos aún no han sido marcados, pero se ven en dos niveles en alto, formando un nutrido grupo.

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)


f. 145, Los ángeles de los cuatro vientos (Apoc. VII, 1 y ss.)

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f. 145, Los ángeles de los cuatro vientos (Apoc. VII, 1 y ss.)

En realidad la miniatura no se centra en los ángeles de los cuatro vientos, sino que se refiere a lo que relata buena parte del capítulo VII, pese a que la miniatura se sitúa inmediatamente después de la “storia” de los ángeles (1-3). Aún queda por abrir el último sello, pese a que hemos olvidado al Cordero, pero antes hay otra visión: los ángeles de los cuatro vientos que están en los cuatro ángulos de la tierra deben contenerse y no soplar sobre la tierra, el mar y los árboles, ya que tienen poder para dañar. Aparece entonces el ángel “con la señal del Dios vivo”, emergiendo del sol. Hay que marcar a los 144.000 elegidos procedentes de las doce tribus de Israel, antes de desencadenar los males.

Los ángeles se asemejan a los cuatro jinetes. Los cuatro ángulos de la tierra son las cuatro partes del mundo. Ángeles y vientos son uno, pero en dos partes, buenos y malos, Iglesia y reinos del mundo. El sol es Cristo y el ángel, la Iglesia. Los 144.000 son los elegidos, los siervos de Dios. Esto es lo sustancial, porque en la glosa Beato se distrae comentando el número 14.000, especialmente su divisor, el doce. Es el resultado del tres de la Trinidad con el cuatro de los evangelistas, lugar común de la simbología numérica medieval.

La referencia a las partes de la tierra convierte el lugar donde se producen estos hechos en un nuevo mapamundi simplificado. En las esquinas están los vientos-ángeles. Si en el Beato de Magio (f. 165v) poseen aún alas, como en el de Gerona (f. 135), las han perdido en el de Valcavado (f. 101) y en el de Fernando I. todo ocurre en el mundo, que repite la forma rectangular, redondeada en las esquinas y rodeada por el mar. En origen, la proximidad de la representación de los vientos al mundo clásico era mayor y el mundo debía ser redondo. Otra vez se ven numerosos peces en ese mar, dibujados con línea blanca sobe el fondo azul del agua.

En la zona superior está el ángel que surge del sol (“angelus ascendens ab ortu solis abens sinu(m) dei”). La señal de dios es la cruz, como podía suponerse, aunque no lo aclara ni el Apocalipsis ni su comentarista. Los elegidos aún no han sido marcados, pero se ven en dos niveles en alto, formando un nutrido grupo.

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)


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