Las Grandes Horas de Ana de Bretaña

f. 8r, Calendario: mayo


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En la parte superior, aparece la constelación de Géminis bajo la variante de dos desnudos de mujer y hombre recostados, quizá por la evocación del propio mes de mayo que, al igual que abril, es época de amor, y una de sus imágenes dentro de los ciclos del calendario es una pareja de enamorados. Debajo, se refleja la conjunción estelar como dos jóvenes gemelos, vestidos «en cuerpo» de forma idéntica, que se toman de la mano y portan sendas ramas de espino albar florido (llamadas en latín frons festa) ya que es en mayo cuando brotan las flores blancas y olorosas de esta rosácea, para ofrecerlas (enmaïoler o emmayer) a sus amadas, como evocación de la tradición indoeuropea del hombre verde, personaje dotado de poderes de fertilidad y regeneración. La figura de los dos nobles deriva de un modelo mucho más antiguo, conocido como Robigus o príncipe de la primavera, cuya iconografía remite al repertorio de la Antigüedad. Es muy probable que esta imagen y su significado festivo influyeran en la formación de la iconografía del genio de la primavera, tan común en la estatuaria funeraria tardoantigua. Con la concurrencia de otros textos, el modelo se habría reelaborado posteriormente durante los periodos carolingio y otoniano, entrando a formar parte del calendario medieval. A esta rica tradición artística y literaria, debe sumarse el contexto festivo que acompañó al mes de mayo.
En la parte terrestre se representa una de las actividades del mes, en concreto, las fiestas de mayo o Maïerolles. Algunas festividades de la primavera ya avanzada, de origen precristiano, como las antiguas floralia, carecían de cualquier componente religioso; otras, por el contrario, se relacionan con la diosa frigia Cibeles –llamada también Maya, responsable del florecimiento de los campos, del reverdecer de los árboles y de la fecundidad de todos los seres vivos–. Una vez establecido el cristianismo como religión oficial del Imperio, no todas las zonas tuvieron la misma impregnación religiosa, por lo que elementos esenciales del ritual, desprovistos de su aspecto pagano, no de su significado de fertilidad y erotismo, permanecieron como divertimento de la gente, gozando, en general, de gran aceptación en costumbres folclóricas: especialmente, las de comienzo de mayo, mes aún considerado tiempo de renovación de la vida y del amor.
Junto a los dos jóvenes, se alza el árbol de mayo –maiolier en francés medieval–, adornado su delgado tronco con una tira dorada que lo recorre helicoidalmente, sobre tres banquetas circulares de césped superpuestas realizadas con ramas entrelazadas de sauce, avellano o castaño –considerada la técnica más adecuada porque puede efectuarse en plazos muy breves–. El árbol se podaba convenientemente en copas superpuestas decrecientes, sujetas por aros metálicos de los que penden bolas anaranjadas o frutos cítricos. El árbol de mayo era una fiesta comunitaria primordial, de aspectos religiosos y sociales. Por consiguiente, dentro del contexto de este mes y de sus características amorosas, el árbol con los frutos o bolas metálicas dispuesto sobre tres plataformas podría significar los grados del amor y el premio posterior. Detrás, junto a una formación boscosa, tres hombres sostienen una rama de hojas verdes cada uno; pudieran ser, según los textos, guardianes que prohibían la entrada al bosque a todo aquel que no estuviera enamorado. Los jóvenes acostumbraban a ir al campo o a un bosque vecino, en la madrugada del primer día de mayo, para cortar ramas verdes (quérir le may) con que, al regreso, se decoraban casas, calles e incluso se utilizaban como ornamento de personas o de ciertos útiles para celebrar el rebrotar de la primavera; pero la razón principal era traer el árbol de mayo –considerado casi una especie de ídolo cuyo tronco se decoraba posteriormente–, generalmente un ejemplar joven, arrastrado por bueyes a los que seguía una multitud de mujeres, niños y hombres. El esfuerzo asimilador de la Iglesia ante estos festejos se concretó en la conmemoración de la Invención de la Cruz llamada también de la Vera Cruz, que se fijó el 3 de mayo –señalada con tinta dorada en el texto del calendario: «Inue[n]tio sancte crucis»–. Debe añadirse nuevamente que, en contraste con las escenas de labores campesinas que se han ido viendo y se sucederán, esta imagen y la anterior marcan la diferencia entre grupos sociales, con el refinamiento de los más elevados –el ya conocido como otium cum dignitatem–.


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f. 8r, Calendario: mayo

En la parte superior, aparece la constelación de Géminis bajo la variante de dos desnudos de mujer y hombre recostados, quizá por la evocación del propio mes de mayo que, al igual que abril, es época de amor, y una de sus imágenes dentro de los ciclos del calendario es una pareja de enamorados. Debajo, se refleja la conjunción estelar como dos jóvenes gemelos, vestidos «en cuerpo» de forma idéntica, que se toman de la mano y portan sendas ramas de espino albar florido (llamadas en latín frons festa) ya que es en mayo cuando brotan las flores blancas y olorosas de esta rosácea, para ofrecerlas (enmaïoler o emmayer) a sus amadas, como evocación de la tradición indoeuropea del hombre verde, personaje dotado de poderes de fertilidad y regeneración. La figura de los dos nobles deriva de un modelo mucho más antiguo, conocido como Robigus o príncipe de la primavera, cuya iconografía remite al repertorio de la Antigüedad. Es muy probable que esta imagen y su significado festivo influyeran en la formación de la iconografía del genio de la primavera, tan común en la estatuaria funeraria tardoantigua. Con la concurrencia de otros textos, el modelo se habría reelaborado posteriormente durante los periodos carolingio y otoniano, entrando a formar parte del calendario medieval. A esta rica tradición artística y literaria, debe sumarse el contexto festivo que acompañó al mes de mayo.
En la parte terrestre se representa una de las actividades del mes, en concreto, las fiestas de mayo o Maïerolles. Algunas festividades de la primavera ya avanzada, de origen precristiano, como las antiguas floralia, carecían de cualquier componente religioso; otras, por el contrario, se relacionan con la diosa frigia Cibeles –llamada también Maya, responsable del florecimiento de los campos, del reverdecer de los árboles y de la fecundidad de todos los seres vivos–. Una vez establecido el cristianismo como religión oficial del Imperio, no todas las zonas tuvieron la misma impregnación religiosa, por lo que elementos esenciales del ritual, desprovistos de su aspecto pagano, no de su significado de fertilidad y erotismo, permanecieron como divertimento de la gente, gozando, en general, de gran aceptación en costumbres folclóricas: especialmente, las de comienzo de mayo, mes aún considerado tiempo de renovación de la vida y del amor.
Junto a los dos jóvenes, se alza el árbol de mayo –maiolier en francés medieval–, adornado su delgado tronco con una tira dorada que lo recorre helicoidalmente, sobre tres banquetas circulares de césped superpuestas realizadas con ramas entrelazadas de sauce, avellano o castaño –considerada la técnica más adecuada porque puede efectuarse en plazos muy breves–. El árbol se podaba convenientemente en copas superpuestas decrecientes, sujetas por aros metálicos de los que penden bolas anaranjadas o frutos cítricos. El árbol de mayo era una fiesta comunitaria primordial, de aspectos religiosos y sociales. Por consiguiente, dentro del contexto de este mes y de sus características amorosas, el árbol con los frutos o bolas metálicas dispuesto sobre tres plataformas podría significar los grados del amor y el premio posterior. Detrás, junto a una formación boscosa, tres hombres sostienen una rama de hojas verdes cada uno; pudieran ser, según los textos, guardianes que prohibían la entrada al bosque a todo aquel que no estuviera enamorado. Los jóvenes acostumbraban a ir al campo o a un bosque vecino, en la madrugada del primer día de mayo, para cortar ramas verdes (quérir le may) con que, al regreso, se decoraban casas, calles e incluso se utilizaban como ornamento de personas o de ciertos útiles para celebrar el rebrotar de la primavera; pero la razón principal era traer el árbol de mayo –considerado casi una especie de ídolo cuyo tronco se decoraba posteriormente–, generalmente un ejemplar joven, arrastrado por bueyes a los que seguía una multitud de mujeres, niños y hombres. El esfuerzo asimilador de la Iglesia ante estos festejos se concretó en la conmemoración de la Invención de la Cruz llamada también de la Vera Cruz, que se fijó el 3 de mayo –señalada con tinta dorada en el texto del calendario: «Inue[n]tio sancte crucis»–. Debe añadirse nuevamente que, en contraste con las escenas de labores campesinas que se han ido viendo y se sucederán, esta imagen y la anterior marcan la diferencia entre grupos sociales, con el refinamiento de los más elevados –el ya conocido como otium cum dignitatem–.


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