Espléndida miniatura enmarcada con paspartú: 252 x 303 mm extraída del Libro de Horas de Juana I de Castilla. Realizada sobre un papel tipo pergamino, reproduce exactamente el folio del códice que una vez poseyó la reina Juana I de Castilla con todos sus matices: colores, oros, tacto, etc. La reproducción es tan fiel que resulta imposible distinguirla del original.
La pintura muestra a san Juan Evangelista –vestido con una túnica dorada y un amplio manto rojo y, como es habitual en su iconografía, joven, imberbe y con los cabellos largos, signo de juventud y virginidad–, en postura genuflexa, con un libro sobre la rodilla en el que está redactando no el Evangelio, sino el Apocalipsis a él atribuido, como muestran sus ojos dirigidos a lo alto. En el cielo, el hijo de la mujer es entregado por dos ángeles a Dios –representado de busto como un anciano con atributos pontificios–; ella aparece alada, de rodillas y con las manos juntas, para huir al desierto –el resplandor que emana de su cuerpo, recordaría que está vestida de sol, según el texto apocalíptico–, y la gran batalla transcurre en el cielo, llevada a cabo por el arcángel san Miguel contra la gran serpiente con alas de siete cabezas y con otras tantas coronas sobre ellas (Ap. 12, 5-7).
Frente a él, un diablo con aspecto de anfibio y larga cola de reptil, con cuatro cuernos, boca abierta (correspondiente a desarreglos físicos y morales, aplicable sólo a seres depravados o de condición moral inferior) que muestra unos grandes colmillos y de la que expele fuego, sostiene una vara acabada en dos ganchos con la que le roba el tintero y el plumier con el objeto, según la leyenda, de impedirle escribir el Apocalipsis. Al fondo, en una zona rocosa de la isla, dos leones, que harían referencia a lo agreste del entorno. Por último, como nueva referencia al Apocalipsis, en la orilla opuesta, se ve a tres de los cuatro jinetes descritos en Ap. 6, 1-8.
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Espléndida miniatura enmarcada con paspartú: 252 x 303 mm extraída del Libro de Horas de Juana I de Castilla. Realizada sobre un papel tipo pergamino, reproduce exactamente el folio del códice que una vez poseyó la reina Juana I de Castilla con todos sus matices: colores, oros, tacto, etc. La reproducción es tan fiel que resulta imposible distinguirla del original.
La pintura muestra a san Juan Evangelista –vestido con una túnica dorada y un amplio manto rojo y, como es habitual en su iconografía, joven, imberbe y con los cabellos largos, signo de juventud y virginidad–, en postura genuflexa, con un libro sobre la rodilla en el que está redactando no el Evangelio, sino el Apocalipsis a él atribuido, como muestran sus ojos dirigidos a lo alto. En el cielo, el hijo de la mujer es entregado por dos ángeles a Dios –representado de busto como un anciano con atributos pontificios–; ella aparece alada, de rodillas y con las manos juntas, para huir al desierto –el resplandor que emana de su cuerpo, recordaría que está vestida de sol, según el texto apocalíptico–, y la gran batalla transcurre en el cielo, llevada a cabo por el arcángel san Miguel contra la gran serpiente con alas de siete cabezas y con otras tantas coronas sobre ellas (Ap. 12, 5-7).
Frente a él, un diablo con aspecto de anfibio y larga cola de reptil, con cuatro cuernos, boca abierta (correspondiente a desarreglos físicos y morales, aplicable sólo a seres depravados o de condición moral inferior) que muestra unos grandes colmillos y de la que expele fuego, sostiene una vara acabada en dos ganchos con la que le roba el tintero y el plumier con el objeto, según la leyenda, de impedirle escribir el Apocalipsis. Al fondo, en una zona rocosa de la isla, dos leones, que harían referencia a lo agreste del entorno. Por último, como nueva referencia al Apocalipsis, en la orilla opuesta, se ve a tres de los cuatro jinetes descritos en Ap. 6, 1-8.