Beato de Liébana, códice del Monasterio de San Andrés de Arroyo, Palencia

ff. 110v-111r, La mujer vestida de sol y el dragón
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ff. 110v-111r, La mujer vestida de sol y el dragón

Es una de las ilustraciones mayores –ocupa el verso y el recto de dos folios contiguos-, más impresionantes y de mayor complejidad iconográfica de este manuscrito y, en general, de la serie de los beatos. En líneas generales, se ha representado lo narrado en los versículos 1 –se supone, porque no está figurado, que el 2 también-, 3, 4, 7-9 y 13-16. Sin embargo, como se verá, hay ausencias tan significativas como el 5, representado en todos los manuscritos, sin el cual la storia carecería prácticamente de sentido. Asimismo, la ilustración, desde el punto de vista compositivo, como suele ser frecuente en los manuscritos de la fase más reciente de la primera versión y, sobre todo, de la familia II, no recoge el orden narrativo, sino uno que se pudiera considerar por temas, de tal forma que esta miniatura  puede dividirse, en primer lugar, en el ciclo de la Mujer vestida de sol con la lucha contra el dragón y, en segundo, la derrota de éste. Así, el folio 110 v. recoge el primero, percibiéndose un cambio de color, no obstante, en el fondo correspondiente a la Mujer –azul- y al dragón –rojo con estrellas-. En el sector de la Mujer, ésta aparece, como la describe la storia, de pie, de frente, con un nimbo de oro con doce estrellas dentro dispuestas radialmente. Lleva una gran corona de oro con gemas y su cabeza cubierta por manto y velos; extiende sus brazos mostrando sus palmas; sobre sus hombros, rodeándole el torso, una forma solar con rayos angulares vacía en su interior; sus pies, calzados, reposan sobre un cuarto lunar de plata con las puntas hacia arriba. Debajo, de nuevo ella, sentada sobre un trono, nimbada, cabeza cubierta con el manto, totalmente frontal, en estado, pasiva y mayestática, con alas extendidas similares a las del águila del folio 95 r. en su espalda. Parece apoyar sus pies desnudos en un escabel. El sector correspondiente a la lucha contra el dragón presenta, en lo alto, a dos ángeles atacándolo con sus lanzas: uno de ellos con un escudo; el otro lo señala. El monstruo se muestra bajo el aspecto de dragón alado, con seis cabezas de animal de potentes dientes dispuestas de forma escalonada y contrapuesta; cada una con un cuerno y una corona encima; se destaca por su tamaño una séptima cabeza con cuatro cuernos también coronados, siendo el tercero el más grande y el que lleva la mayor corona con una gema azul entre dos rojizas; el número de coronas de la miniatura se aparta del relato apocalíptico, ya que se dice que tenía sobre sus cabezas siete diademas, habiéndose representado diez. La gran cabeza superior vomita un chorro de agua de distintos tonos de azul con márgenes blancos que cae sobre una forma verde, acorazonada, rodeada por una cenefa ocre, como representación de la boca de la tierra que sorbe el río de agua. Su cuerpo, con cola de serpiente que muestra una doble vuelta, presenta alas extendidas y dos potentes garras. La ilustración continúa, parcialmente, en el folio siguiente con la cola sobre ocho estrellas dispuestas verticalmente, referidas a la tercera parte de las que hay en el cielo, que arrastra y precipita contra la tierra. Como puede comprobarse, en el registro del dragón, se ha representado lo referido a versículos tan alejados como el 4-5 y el 15; al igual que en el de la mujer se ha recogido el 1 y el 14.
Por lo que respecta a la iconografía de ella, con el tiempo, dará origen a la de la Inmaculada Concepción, a medida que la mulier amicta sole sea identificada con la Virgen; no obstante, ha de tenerse en cuenta que en el texto de los Comentarios se asimila a la Iglesia. Por la posición de cuerpo y brazos, su modelo más antiguo se encontraría en el orante tradicional, que, a su vez, lo recogen los beatos más antiguos, como los de la familia I de El Escorial (f. 104 v.) y de la Biblioteca Nacional (Vitr. 14-1, f. 109 v.), este último perteneciente a la rama más antigua de la primera versión; aquél, a la más reciente. En opinión de S. de Silva, al considerarse a la mujer figura de la Iglesia, ha tomado su prototipo de personificaciones de la Iglesia, conocidos como Ecclesia orans, que aparecen desde el arte Paleocristiano, como las dos mujeres del sarcófago de Saint-Cannant, en la Virgen que asiste a la Ascensión del Evangeliario de Rábula y en una ilustración románica de un Exultet de la Biblioteca Barberini. Asimismo, la mujer con alas que huye al desierto presenta un aspecto muy similar al de otra personificación de la Iglesia, esta vez sentada, del mismo Exultet. Posiblemente, en una época como los inicios del siglo XIII, en la que la imagen de la Mulier amicta sole iba identificándose con la Virgen, el ilustrador debió de poner buen cuidado en mostrar que se trataba de una figura de la Iglesia al mostrarse según modelos ya dados por la tradición y, sin duda, conocidos; así, aun dentro de la familia II, la ilustración se ajusta más al espíritu de la explanatio que a la storia. La ubicación de las estrellas sobre la cabeza de la Mujer no suele seguir una norma fija; sin embargo, en algunos de los manuscritos de la familia I, como los de la Biblioteca Nacional de Madrid (Vitr. 14-1) y, parcialmente, en el de Lorvao y en el de Navarra la mujer puede tener un nimbo con estrellas sobre la cabeza; el que éstas lo bordeen, como en el códice de San Andrés de Arroyo, puede verse en los de Lorvao –parcialmente, pues sólo hay  siete estrellas; las demás, fuera- y, sobre todo, de Navarra. A su vez, suele ser usual en los manuscritos de la rama II a, la aparición de rocas en disposición montañosa, a veces con figuraciones vegetales, en la escena de la Mujer con alas; mientras su ausencia es la norma en la familia I y en la rama II b.

En cuanto al dragón, a diferencia de los restantes beatos, no aparece uno solo, sino dos distintos; el que ocupa este folio es el que se coloca frente a la Mujer y el que trata, después, de ahogarla. En todos los manuscritos es un único monstruo el que se presenta para todo lo relacionado con él en la storia, de tal forma que sus cabezas, que miran a sitios opuestos, cumplen funciones distintas, correspondiendo a lo narrado. Asimismo, es la figura central, mayor y, casi, la protagonista de las escenas. En el manuscrito de San Andrés de Arroyo, se ha preferido matizar más y apartarse de este sintetismo, mostrando la imagen tradicional del dragón, que ya había aparecido en la parte románica del primer cuarto del siglo XII del Beato de la Real Academia de la Historia (f. 159 v.) y en el de Navarra (f. 102 v.; que, más literal a la storia, repite la imagen del monstruo cuatro veces), que sustituyen la imagen tradicional de serpiente con varios cuellos y vueltas en su cuerpo de los demás manuscritos, que ofrecen la imagen de un gran ofidio con un nudo de dos cuerpos en su parte media de los que salen las siete cabezas coronadas y con cuernos. Una de ellas destaca arriba dirigida contra la Mujer antes del parto; otra vomita agua para anegarla en el momento de huir ella al desierto. El cuerpo suele ser rojizo, con escamas y punteado. Otros manuscritos, aun presentando el dragón-serpiente disminuyen su importancia, como el de Burgo de Osma, que se limita a un solo folio. En estos casos, como el de Lorvao sobre todo, se llega a una simplificación máxima. El dragón del manuscrito de San Andrés de Arroyo pertenece a la variante, dentro de este tipo de monstruos que F. Bond denomina Wywern, que tiene, además de las alas, dos patas en forma de águila, cabeza de bestia, cola de serpiente y, en ocasiones, el lomo con bultos o escamas como un cocodrilo.

En cuanto al folio siguiente, es decir, el del ciclo de la derrota del dragón, el Beato de San Andrés de Arroyo, a diferencia de la mayoría –salvo el de Navarra-, muestra, de nuevo, la imagen del monstruo, en posición contrapuesta, no teniendo ya nada que ver con la descripción de la storia porque se han omitido seis de sus cabezas, los cuernos y las coronas. Su aspecto es similar al anterior, sólo que más pequeño, con orejas larguísimas, cuello y vientre peludos y un gran nudo en su cola. Toda la escena se desarrolla en un fondo azul, salvo dos sectores, uno ocre con rayas rojas y el otro rojo con líneas blancas. Hay que destacar dos aspectos sorprendentes que no se consignan en ninguno de los manuscritos conservados: el primero y más importante, ya mencionado, es la ausencia de la entrega del Hijo de la Mujer –que, en los manuscritos de la familia I, ella, revestida, a veces, con alas de águila, es quien hace la donación; por su parte, en los de la II, suele ser un ángel situado a la derecha de Dios en majestad- y la caída de los ángeles rebeldes.

En la parte superior de la ilustración, hay un par de ángeles con lanzas –el de la derecha con dos- que precipitan a los rebeldes al infierno; su caída está concebida como una abertura del cielo de forma trapezoidal irregular de lados sinuosos, cuyo fondo es ocre con rayas rojas para figurar el fuego. Se representa a los ángeles rebeldes, según lo narrado en los versículos 8 y 9, de busto, desnudos, boca abajo, de perfil, dos de ellos con cabellos erizados, y con rostros humanos deformados en su cráneo, nariz y boca mostrando los dientes; debajo de ellos, unos diablos desnudos, distintos al que aparece en el extremo inferior izquierdo, les esperan con unas armas indeterminadas en su mano derecha –posiblemente, pudieran ser piedras, según puede verse por el montón que sostiene con la izquierda el diablo de la derecha-. Sus rasgos están más deformados que los de los ángeles caídos: uno de cabellos oscuros y erizados, carece de barbilla y su boca y nariz forman casi una unidad orgánica; el que está a su lado, lleva cuernos y barbilla puntiaguda; ambos enseñan los dientes. Se asiste, pues, a un proceso de demonización de la figura humana que va desde los ángeles caídos en su grado menos intenso al gran diablo apresado en su aspecto más terrorífico, pasando por uno intermedio, representado en los que esperan a los ángeles rebeldes, como se ve en algunos manuscritos que representan esta escena. La explicación de esta escena puede deberse a un influjo de los Comentarios, referido a las estrellas, que cayeron a la tierra empujadas por la cola del dragón, situadas en el lateral izquierdo y pertenecientes, compositivamente, al ciclo de la Mujer y de la lucha contra el dragón.

Al lado de los ángeles que expulsan a los rebeldes, Dios, flanqueado por dos ángeles con las palmas de las manos extendidas y uno con sus brazos abiertos en gesto de adoración. Como en otras ocasiones, según ya se ha visto, la escena está tomada del arte oficial del Imperio Romano en el que el emperador aparecía escoltado por dos de sus oficiales. El Señor se asimila con Cristo por su nimbo crucífero, lo que no es tan claro en los manuscritos del siglo X, que se aplica, más bien, al Niño, como puede verse, por ejemplo, en el Beato de Gerona, lo que, a su vez, contradice la explanatio, ya que el Niño se asimila en los Comentarios con la Iglesia. Será en alguno de los tardíos, no obstante, como en los de Burgo de Osma y Silos –en los que el Niño y Dios presentan el mismo tipo de nimbo-, así como en el de las Huelgas, donde se produzca tal identificación, ajena a los Comentarios. Dios se representa sentado en un trono de oro, frontal, pasivo, en estado y mayestático; bendice con la derecha y lleva un libro abierto en la izquierda en una de cuyas hojas está escrito en rojo la letra alpha y en la otra, la omega. Por lo general, todos los manuscritos suelen separar este sector, habitualmente dispuesto para acoger la recepción del Niño, con una franja estrellada cuadrada en la rama II a o semicircular en la II b.; en los beatos de la familia I no existe, como en el de El Escorial, o es tan sólo la tradicional mandorla que alberga a Dios, como en el de Burgo de Osma; por lo que el manuscrito de San Andrés de Arroyo, en este aspecto, se encuentra más cerca de esta primera familia, formándose una composición unitaria en la que los elementos de separación e importancia vienen de conceptos tales como arriba, abajo, derecha, izquierda, sentado y de pie.

Debajo del recuadro dedicado a la caída de los ángeles rebeldes, aparece el dragón, con fauces y cuello sangrantes, al que un ángel alancea y sujeta con una cuerda para conducirlo al Abismo, donde tiene ya sus pies. Esta escena no aparece en ninguno de los beatos conservados.

No obstante, todos ellos muestran una escena que no se consigna en la storia, y es la que muestra al diablo apresado en un lugar con llamas al que se arrojan figuras humanas desnudas, representación de las almas. Esta escena sería una especie de adelanto de la que representa al ángel encadenando al diablo del folio 155 r., en la que, como se verá, el demonio y el infierno se representan de forma similar. En el manuscrito de San Andrés de Arroyo, el diablo, en medio de este antro de fondo rojizo con líneas blancas, tiene retenidos, cabeza y miembros en una especie de cepo. Su aspecto es uno de los más horribles del manuscrito: presenta cabeza de perfil simiesca con cabellos erizados, gran boca mostrando una potente dentadura, manos acabadas en largas uñas; está desnudo, y su cuerpo peludo, purpúreo como el del dragón al que los Comentarios asimilan con el mismo diablo, de tres cuartos, con las piernas de perfil, tiene espolones en codos, rodillas y tobillos; presenta cola y sus pies, los dedos excesivamente largos. Por todas estas características, es un tipo de diablo tardorrománico, en opinión de J. Yarza, frente a los beatos de los siglos X y XI. Es posible que, al principio, los modelos utilizados no presentaran signos negativos muy patentes, como corresponde a una iconografía de origen antiguo; sin embargo, en un momento aún no determinado, que puede coincidir con la renovación iconográfica de Magio y Florencio, el diablo comenzó a presentar rasgos definitorios negativos, como un ser humanoide y deforme en su aspecto y color, más o menos horrible, de piel oscura, rostro monstruoso y garras, adelantándose al resto de las representaciones de los manuscritos europeos, pero sin alcanzar la monstruosidad de los que aparecerán en los beatos tardíos, ya que, con el tiempo, los grandes monstruos atados irán cambiándose por otros más acordes con lo europeo.

Este demonio está siendo atormentado por un ángel que, de pie y sobre el cepo, le acerca amenazadoramente unas grandes tenazas, como puede verse de forma sólo similar en el Beato de Gerona. Los cinco seres desnudos flotan en el fuego; sus ojos cerrados –salvo el del extremo derecho, figurado cayendo- y sus posiciones y gestos laxos indican la ausencia de vida. Ya desde San Agustín se hablaba de la muerte del alma, aplicada a los condenados, como puede leerse en algunos escritos del Obispo de Hipona: la impiedad o infidelidad es la muerte del alma [...] el alma misma de un impío, el alma de un infiel, perverso y duro, está muerta [...] así lo dijo la veracísima Escritura: “Muerta está la viuda que vive en delicias” (I Tim. 5-6) [...] el alma está muerta sin Dios. Todo hombre sin Dios tiene muerta el alma (Sermón 65: 5.6); en el Sermón 156, 8, se dice: [...] hasta el alma será carnal si quiere vivir según ella misma: piensa carnalmente y no se levanta por encima de ella [...] “Si, pues, viviereis según la carne, moriréis”. No con la muerte que consiste en la sepultura del cuerpo [...] Moriréis con aquella otra muerte de la que dice el Señor en el Evangelio: “Temed a aquél que tiene poder para perder en la gehenna del fuego tanto el alma como el cuerpo”. Por consiguiente, “Si viviereis según la carne, moriréis”; por último, en el Sermón 180, 8, se lee: la vida del cuerpo es el alma, y la vida del alma es Dios. Cuando se retira el alma, muere el cuerpo; el alma muere si se retira Dios.

Ni la storia ni la explanatio hablan de esta escena, por lo que los ilustradores concibieron, posiblemente, la tierra donde se dice que los seguidores del diablo fueron arrojados, con el infierno, según puede leerse en las inscripciones de ciertas miniaturas de la rama II a: Quos draco traxit angeli in infernum mittunt, muy similar a la que presenta el Beato de El Escorial, salvo por la pérdida de dos palabras. Los condenados son una adaptación a la explanatio que identifican a los ángeles caídos con los hombres malvados, por lo que el manuscrito parisino, junto con el escurialense presenta esta concomitancia. Además, en el Beato de San Andrés de Arroyo se han ajustado las dos interpretaciones, la de la storia con la caída de los ángeles rebeldes y la de la explanatio con la del castigo eterno de los réprobos. Esta escena pudiera justificarse, en opinión de J. Yarza, por la influencia de las ilustraciones de un comentario distinto.

Carlos Miranda García-Tejedor
Doctor en Historia
(Fragmento del libro de estudio Beato de Arroyo)

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