Libro de Horas de Jean de Montauban

Oficio de la ascensión. Ascensión de Cristo, 113r


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Viri galilaei quid admiramini aspicientes in caelum... (Ac 1, 11: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?», que continúa así: «Este mismo Jesús, que vosotros habéis visto irse al cielo, vendrá de la misma manera que lo habéis visto desaparecer»).

La página 113r está compuesta por tres niveles diferenciados dedicados a la ascensión de Cristo: en la parte superior tenemos su destino último, con el multitudinario cortejo de salvados completamente desnudos y arrodillados, así como de serafines, que escolta a Cristo resucitado en su camino al cielo; justo debajo, la tierra que abandonan los bienaventurados, con sus ciudades y sus ríos, y en último lugar, en el compartimento inferior, la multitud de testigos de su ascensión, con la huella de sus dos pies en la tierra. Esta huella es una convención iconográfica medieval que hace referencia a su «despegue» hacia el cielo. 

Dominando el compartimento superior del folio, en una zona luminosa del cielo y destacado sobre un fondo rojo repleto de rostros de serafines apenas visibles, el busto de Dios padre, en este caso cristomorfo (esto es, con la cabeza de Cristo, siguiendo la afirmación del propio Jesús, recogida en Jn 14, 9: «El que me ha visto a mí ha visto al padre»). 

En su ascensión al cielo, Cristo suele representarse en solitario o acompañado de algunos ángeles. Aquí lo vemos elevarse por encima de Jerusalén, simbolizada por los dos conjuntos de casas y torres separados por un río, en compañía del mencionado grupo de hombres y mujeres totalmente desnudos, las almas de los justos, que se arrodillan ante él con las manos juntas; por encima de ellos vemos a dos grandes ángeles con hábitos de monje y portadores de sendas cruces, y por debajo, a una guirnalda de diez serafines. Por su parte, el Cristo en pleno ascenso al cielo sostiene el orbe, atributo que refleja su soberanía sobre el universo, y bendice con solemnidad, una bendición que se dirige probablemente a todos los salvados arrodillados a su alrededor, aunque también a los apóstoles y discípulos (en su gran mayoría hombres barbudos, en este caso) arrodillados también pero todavía en la tierra, detrás o al lado de María. Pese a que se menciona en el relato de los Hechos de los Apóstoles (Ac 1, 9), el miniaturista no ha pintado la nube que acude a recibir a Cristo y que lo oculta de los ojos de sus fieles, de modo que da a entender que son testigos de su ascensión, al menos con el pensamiento, como queda plasmado de forma convincente por la dirección de su mirada.


f. 113r

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Oficio de la ascensión. Ascensión de Cristo, 113r

Viri galilaei quid admiramini aspicientes in caelum... (Ac 1, 11: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?», que continúa así: «Este mismo Jesús, que vosotros habéis visto irse al cielo, vendrá de la misma manera que lo habéis visto desaparecer»).

La página 113r está compuesta por tres niveles diferenciados dedicados a la ascensión de Cristo: en la parte superior tenemos su destino último, con el multitudinario cortejo de salvados completamente desnudos y arrodillados, así como de serafines, que escolta a Cristo resucitado en su camino al cielo; justo debajo, la tierra que abandonan los bienaventurados, con sus ciudades y sus ríos, y en último lugar, en el compartimento inferior, la multitud de testigos de su ascensión, con la huella de sus dos pies en la tierra. Esta huella es una convención iconográfica medieval que hace referencia a su «despegue» hacia el cielo. 

Dominando el compartimento superior del folio, en una zona luminosa del cielo y destacado sobre un fondo rojo repleto de rostros de serafines apenas visibles, el busto de Dios padre, en este caso cristomorfo (esto es, con la cabeza de Cristo, siguiendo la afirmación del propio Jesús, recogida en Jn 14, 9: «El que me ha visto a mí ha visto al padre»). 

En su ascensión al cielo, Cristo suele representarse en solitario o acompañado de algunos ángeles. Aquí lo vemos elevarse por encima de Jerusalén, simbolizada por los dos conjuntos de casas y torres separados por un río, en compañía del mencionado grupo de hombres y mujeres totalmente desnudos, las almas de los justos, que se arrodillan ante él con las manos juntas; por encima de ellos vemos a dos grandes ángeles con hábitos de monje y portadores de sendas cruces, y por debajo, a una guirnalda de diez serafines. Por su parte, el Cristo en pleno ascenso al cielo sostiene el orbe, atributo que refleja su soberanía sobre el universo, y bendice con solemnidad, una bendición que se dirige probablemente a todos los salvados arrodillados a su alrededor, aunque también a los apóstoles y discípulos (en su gran mayoría hombres barbudos, en este caso) arrodillados también pero todavía en la tierra, detrás o al lado de María. Pese a que se menciona en el relato de los Hechos de los Apóstoles (Ac 1, 9), el miniaturista no ha pintado la nube que acude a recibir a Cristo y que lo oculta de los ojos de sus fieles, de modo que da a entender que son testigos de su ascensión, al menos con el pensamiento, como queda plasmado de forma convincente por la dirección de su mirada.


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