Libro de Horas de Luis de Orleans

f. 90r, El Espíritu Santo


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La imagen, que ocupa todo el recuadro enmarcado, muestra, únicamente, una paloma blanca en el cielo, vista en escorzo, con las alas desplegadas y un nimbo rodeando su cabeza; su cuerpo, del que irradian líneas doradas, está rodeado por una luz irisada de colores anaranjado, amarillo y verde. Es destacable el naturalismo del ave y su volumen conseguido con cortas líneas verticales. La aparición aislada de la tercera persona de la Santísima Trinidad como representación zoomórfica en un libro de horas no fue ajena a Jean Colombe ni a su taller, como puede verse en una miniatura de uno conservado en París, de hacia 1480 (Bibliothèque nationale de France, ms. lat. 1160, f. 27r.).
Representado en un principio como fuego o rayo de luz, pasó a tomar el aspecto de una paloma, siguiendo los relatos evangélicos de san Mateo (3, 16), san Marcos (1, 10) y de san Lucas (3, 22), donde se narra que, tras el bautismo de Cristo en el Jordán, el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma. Su aspecto es el de una paloma blanca (nivea columba), y desciende del cielo en un haz de rayos luminosos o iluminada por las radiaciones que emanan de su propio cuerpo. Su pico, patas y, a veces, los ojos son rojos como la sangre de los mártires. Durante la Edad Media recibió un culto aparte. La idea de levantar un edificio religioso bajo la advocación especial del Espíritu Santo se remonta a Pedro Abelardo que, en 1122, fundó en la diócesis de Troyes el monasterio del Paráclito, dedicado al Espíritu Santo consolador. En una carta dirigida a uno de sus amigos, el filósofo justifica la innovación: «Fundado, en principio, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, el santuario fue llamado Paráclito porque en mi desesperación había encontrado la paz en el consuelo de la gracia divina. Esta denominación fue recibida por muchos con asombro e incluso atacada con violencia, con el pretexto de que no se permitía consagrar especialmente una iglesia al Espíritu Santo ni a Dios Padre, sino que se debía, según la tradición, dedicarla ya al Hijo solo, ya a la Trinidad». Pese a las reticencias señaladas, la iniciativa prosperó como demuestran las iglesias de Roma, Florencia o Nápoles puestas bajo esta advocación.

f. 90r, El Espíritu Santo

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f. 90r, El Espíritu Santo

La imagen, que ocupa todo el recuadro enmarcado, muestra, únicamente, una paloma blanca en el cielo, vista en escorzo, con las alas desplegadas y un nimbo rodeando su cabeza; su cuerpo, del que irradian líneas doradas, está rodeado por una luz irisada de colores anaranjado, amarillo y verde. Es destacable el naturalismo del ave y su volumen conseguido con cortas líneas verticales. La aparición aislada de la tercera persona de la Santísima Trinidad como representación zoomórfica en un libro de horas no fue ajena a Jean Colombe ni a su taller, como puede verse en una miniatura de uno conservado en París, de hacia 1480 (Bibliothèque nationale de France, ms. lat. 1160, f. 27r.).
Representado en un principio como fuego o rayo de luz, pasó a tomar el aspecto de una paloma, siguiendo los relatos evangélicos de san Mateo (3, 16), san Marcos (1, 10) y de san Lucas (3, 22), donde se narra que, tras el bautismo de Cristo en el Jordán, el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma. Su aspecto es el de una paloma blanca (nivea columba), y desciende del cielo en un haz de rayos luminosos o iluminada por las radiaciones que emanan de su propio cuerpo. Su pico, patas y, a veces, los ojos son rojos como la sangre de los mártires. Durante la Edad Media recibió un culto aparte. La idea de levantar un edificio religioso bajo la advocación especial del Espíritu Santo se remonta a Pedro Abelardo que, en 1122, fundó en la diócesis de Troyes el monasterio del Paráclito, dedicado al Espíritu Santo consolador. En una carta dirigida a uno de sus amigos, el filósofo justifica la innovación: «Fundado, en principio, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, el santuario fue llamado Paráclito porque en mi desesperación había encontrado la paz en el consuelo de la gracia divina. Esta denominación fue recibida por muchos con asombro e incluso atacada con violencia, con el pretexto de que no se permitía consagrar especialmente una iglesia al Espíritu Santo ni a Dios Padre, sino que se debía, según la tradición, dedicarla ya al Hijo solo, ya a la Trinidad». Pese a las reticencias señaladas, la iniciativa prosperó como demuestran las iglesias de Roma, Florencia o Nápoles puestas bajo esta advocación.

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