Beato de Liébana, códice de Fernando I y doña Sancha

f. 162v, El silencio del séptimo sello (Apoc. VIII, 1-5)


Volver

“Y cuando él abrió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio como de media hora”. En f. 162 se comienza a hablar del silencio y se escribe la palabra en grandes capitales que aparentan ser de oro: “SILENTIUM”. Es un final y un comienzo, porque inmediatamente aparecen siete ángeles que están ante el trono de Dios, a quienes se dan siete trompetas. Antes de que comiencen a tocarlas un nuevo ángel se sitúa sobre un altar, llevando un incensario de oro. Se le entregan perfumes para que sitúe las oraciones de los santos sobre el altar de oro. Pero luego, el ángel toma fuego del altar y lo echa en la tierra provocando otro terremoto, con truenos, relámpagos y voces.

Como en tantas ocasiones, los beatos a partir de la reforma de la segunda familia presentan una imagen mucho más imponente que los de tradición europea, como se comprueba comparando el excelente Apocalipsis de Bamberg (f. 19v) con cualquiera de los manuscritos hispanos. De hecho, estamos ante una composición narrativa en la que se puede seguir una lectura del texto de san Juan de arriba abajo, como luego sucederá con la mujer vestida de sol. Se inicia con la visión del trono ocupado por el Señor y dentro de la mandorla circular, ante quien se encuentran los siete ángeles que levantan las largas trompetas que les han sido entregadas (Beato de Magio, f. 133v). En la zona media está el ángel con el incensario sobe el altar; sobre él cae fuego procedente del trono. Finalmente, el ángel se vuelve hacia la parte baja y derrama el contenido del incensario que cae en forma de rayos rojos y líneas zigzagueantes, obteniéndose efectos de movimiento marcados, para llegar hacia la tierra. Pocas variantes se encuentran en el Beato de Valcavado (f. 113).

Y otro tanto cabe decir del Beato de Fernando I y doña Sancha. Tomando la idea de Magio, se compone un excelente grupo de ángeles que levantan sus trompetas inclinadas para cruzarlas con las alas de los ángeles, obteniendo un excelente efecto. El altar (“altare”) es de oro y sobre él se encuentra el ángel con el incensario (“tribulu(m) aureum”). Finalmente, se inclina de forma inverosímil para derramar el contenido del instrumento (“ubi aperunt angelus turubulum et misit eu(m) in terra et facta sunt fulgura”). Es más elemental el modo de representar el cataclismo, reducido a rayos rojos.

La explicación que aplica Beato indica ciertas incongruencias procedentes tal vez de la diversidad de modelos textuales utilizados. Dice que los siete ángeles son las siete iglesias y sus trompetas indican la perfecta predicación. El silencio es signo de la bienaventuranza de los siervos de dios. El ángel sobe el altar es el propio Jesucristo, que vendrá a continuación de los otros, situado sobre su Iglesia, que esto es lo que significa el altar. El incensario es el cuerpo de Cristo y el perfume que de él emana es el de las oraciones de los santos. Abundando en los significados múltiples y aún contradictorios de ciertos textos, según muchos exegetas cristianos, cree que los rayos, truenos, etc. aluden tanto a la predicación como a la persecución que con frecuencia atribula a la Iglesia.

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)


f. 162v, El silencio del séptimo sello (Apoc. VIII, 1-5)

Volver

f. 162v, El silencio del séptimo sello (Apoc. VIII, 1-5)

“Y cuando él abrió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio como de media hora”. En f. 162 se comienza a hablar del silencio y se escribe la palabra en grandes capitales que aparentan ser de oro: “SILENTIUM”. Es un final y un comienzo, porque inmediatamente aparecen siete ángeles que están ante el trono de Dios, a quienes se dan siete trompetas. Antes de que comiencen a tocarlas un nuevo ángel se sitúa sobre un altar, llevando un incensario de oro. Se le entregan perfumes para que sitúe las oraciones de los santos sobre el altar de oro. Pero luego, el ángel toma fuego del altar y lo echa en la tierra provocando otro terremoto, con truenos, relámpagos y voces.

Como en tantas ocasiones, los beatos a partir de la reforma de la segunda familia presentan una imagen mucho más imponente que los de tradición europea, como se comprueba comparando el excelente Apocalipsis de Bamberg (f. 19v) con cualquiera de los manuscritos hispanos. De hecho, estamos ante una composición narrativa en la que se puede seguir una lectura del texto de san Juan de arriba abajo, como luego sucederá con la mujer vestida de sol. Se inicia con la visión del trono ocupado por el Señor y dentro de la mandorla circular, ante quien se encuentran los siete ángeles que levantan las largas trompetas que les han sido entregadas (Beato de Magio, f. 133v). En la zona media está el ángel con el incensario sobe el altar; sobre él cae fuego procedente del trono. Finalmente, el ángel se vuelve hacia la parte baja y derrama el contenido del incensario que cae en forma de rayos rojos y líneas zigzagueantes, obteniéndose efectos de movimiento marcados, para llegar hacia la tierra. Pocas variantes se encuentran en el Beato de Valcavado (f. 113).

Y otro tanto cabe decir del Beato de Fernando I y doña Sancha. Tomando la idea de Magio, se compone un excelente grupo de ángeles que levantan sus trompetas inclinadas para cruzarlas con las alas de los ángeles, obteniendo un excelente efecto. El altar (“altare”) es de oro y sobre él se encuentra el ángel con el incensario (“tribulu(m) aureum”). Finalmente, se inclina de forma inverosímil para derramar el contenido del instrumento (“ubi aperunt angelus turubulum et misit eu(m) in terra et facta sunt fulgura”). Es más elemental el modo de representar el cataclismo, reducido a rayos rojos.

La explicación que aplica Beato indica ciertas incongruencias procedentes tal vez de la diversidad de modelos textuales utilizados. Dice que los siete ángeles son las siete iglesias y sus trompetas indican la perfecta predicación. El silencio es signo de la bienaventuranza de los siervos de dios. El ángel sobe el altar es el propio Jesucristo, que vendrá a continuación de los otros, situado sobre su Iglesia, que esto es lo que significa el altar. El incensario es el cuerpo de Cristo y el perfume que de él emana es el de las oraciones de los santos. Abundando en los significados múltiples y aún contradictorios de ciertos textos, según muchos exegetas cristianos, cree que los rayos, truenos, etc. aluden tanto a la predicación como a la persecución que con frecuencia atribula a la Iglesia.

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)


Preferencias sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios mediante el análisis de sus hábitos de navegación. Para más obtener más información puedes leer nuestra política sobre cookies. Puedes aceptar todas las cookies pulsando el botón Aceptar o configurarlas o rechazar su uso haciendo click AQUÍ.