Apocalipsis de Val-Dieu

f. 45r · La Ciudad Santa baja del Cielo 


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Juan, sentado en una roca, ve cómo desciende la ciudad santa de Jerusalén de las nubes del cielo, donde están el Sol y la Luna. A la izquierda, desde una media mandorla entre nubes, la «voz del trono», representada en forma de ángel, anuncia que Dios ha dicho que va a hacer nuevas todas las cosas. Tras los desastres y aflicciones que la humanidad ha tenido y seguirá teniendo que sufrir a lo largo de los siglos, y que han sido descritos en el Apocalipsis, Dios creará un cielo nuevo y una tierra nueva, donde no habrá más sufrimiento. Allí «limpiará Dios toda lágrima, y la muerte no será ya más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron». Este suceso da paso a la conclusión, pacífica y espiritual, de los dos últimos capítulos del Apocalipsis. Las actitudes de Juan y del ángel, y las estructuras arquitectónicas de la Ciudad Santa, son casi idénticas a las del modelo inglés. La escena se desenvuelve sobre un fondo diapreado en morado oscuro, y la banda lateral que une las iniciales ornamentales tiene un animalillo arriba y un ave abajo.

“Y yo, Juan, vi la ciudad santa, la Jerusalén nueva, que de parte de Dios descendía del Cielo, y estaba aderezada como una esposa ataviada para su esposo. Y oí una gran voz del trono, que decía: Ved aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos. Y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios en medio de ellos será su Dios. Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y la muerte no será ya más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron. Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe, porque estas palabras son muy fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho es. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Yo daré de balde a beber al que tuviere sed, de la fuente del agua de la vida. El que venciere poseerá estas cosas, y seré yo su Dios, y él será mi hijo. Mas a los cobardes e incrédulos, y malditos, y homicidas, y fornicarios, y hechiceros, y a los idólatras, y a todos los mentirosos, la parte de ellos será en el lago que arde en fuego y en azufre, que es la segunda muerte”. (Ap 21, 2-8)
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Juan, sentado en una roca, ve cómo desciende la ciudad santa de Jerusalén de las nubes del cielo, donde están el Sol y la Luna. A la izquierda, desde una media mandorla entre nubes, la «voz del trono», representada en forma de ángel, anuncia que Dios ha dicho que va a hacer nuevas todas las cosas. Tras los desastres y aflicciones que la humanidad ha tenido y seguirá teniendo que sufrir a lo largo de los siglos, y que han sido descritos en el Apocalipsis, Dios creará un cielo nuevo y una tierra nueva, donde no habrá más sufrimiento. Allí «limpiará Dios toda lágrima, y la muerte no será ya más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron». Este suceso da paso a la conclusión, pacífica y espiritual, de los dos últimos capítulos del Apocalipsis. Las actitudes de Juan y del ángel, y las estructuras arquitectónicas de la Ciudad Santa, son casi idénticas a las del modelo inglés. La escena se desenvuelve sobre un fondo diapreado en morado oscuro, y la banda lateral que une las iniciales ornamentales tiene un animalillo arriba y un ave abajo.

“Y yo, Juan, vi la ciudad santa, la Jerusalén nueva, que de parte de Dios descendía del Cielo, y estaba aderezada como una esposa ataviada para su esposo. Y oí una gran voz del trono, que decía: Ved aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos. Y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios en medio de ellos será su Dios. Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y la muerte no será ya más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron. Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe, porque estas palabras son muy fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho es. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Yo daré de balde a beber al que tuviere sed, de la fuente del agua de la vida. El que venciere poseerá estas cosas, y seré yo su Dios, y él será mi hijo. Mas a los cobardes e incrédulos, y malditos, y homicidas, y fornicarios, y hechiceros, y a los idólatras, y a todos los mentirosos, la parte de ellos será en el lago que arde en fuego y en azufre, que es la segunda muerte”. (Ap 21, 2-8)
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