Biblia moralizada de Nápoles

f. 175v: Pilatos se lava las manos; Jesús con la cruz a cuestas (Mateo 27, 24-25 y Juan 19, 16-17)


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«Esta historia de encima es: cómo Pilatos se lavó las manos delante del pueblo y dijo: “soy inocente de la sangre de este hombre justo”. Así como san Mateo lo dice en su evangelio en el vigesimoséptimo capítulo. Y esta historia de judíos es: cómo Nuestro Señor Jesucristo llevando su cruz fue conducido a ser crucificado. Así como san Juan lo dice en su evangelio en el decimonoveno capítulo».

Una doble paráfrasis subtitula esta pintura, obteniendo sus elementos narrativos de dos Evangelios distintos. La ciudad-fortaleza de Jerusalén permite combinar los dos momentos del relato en dos registros que se superponen de manera natural en la imagen. En lo alto de la ciudadela, una de cuyas murallas se proyecta oblicuamente para dibujar una perspectiva artificial, casas y edificios públicos, vistos de frente, se abren como hornacinas pobladas de figuras humanas genéricas: el pueblo de Jerusalén está representado por tres jóvenes y un anciano que se inclinan por encima de las murallas para ver a Cristo salir de la ciudad hacia el Gólgota. El hombre representa a la multitud que Pilatos puso como testigo cuando lo obligó a entregar a Jesús, comprometiendo al mismo tiempo la responsabilidad de los hijos de Israel: «Soy inocente de esta sangre. ¡Es cosa vuestra!». Todo el pueblo respondió: «Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos» (Mateo 27, 24-25). Más a la derecha, Pilatos se lava las manos de la terrible fechoría poniéndolas bajo el agua que cae de una jarra de plata. El sirviente recoge el líquido en un plato, con una toalla al hombro para permitir luego que su dueño se seque. Entre ambos, un segundo anciano –sin duda un dignatario del templo– asiste a las abluciones del gobernador romano.
En el registro inferior la Virgen María, desolada, cruza la puerta de la ciudad con una de las fieles compañeras de Cristo. Detrás de su nimbo y del velo rojo de su seguidora, tres manchas blancas revelan que los colores que debían ponerse sobre la capa preparatoria para representar otras cabezas no se aplicaron. María quisiera acercarse a su Hijo, que la mira a los ojos, pero uno de los guardias la rechaza con su gran escudo rojo y la Virgen abre los brazos en señal de impotencia. Llevando su cruz, Jesús es conducido hacia el Calvario con otros dos prisioneros que caminan a su lado. El jefe de la cohorte avanza por delante, llevando en su diestra el extremo de una cuerda puesta alrededor del cuello del Mesías. Alguien ha penetrado en las filas de la soldadesca con cascos plateados que rodea a los prisioneros: debe de tratarse de Simón, el hombre de Cirene del que hablan Mateo, Marcos y Lucas, que ayudó a Jesús a llevar el instrumento de su suplicio.

Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)


f. 175v: Pilatos se lava las manos; Jesús con la cruz a cuestas (Mateo 27, 24-25 y Juan 19, 16-17)

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f. 175v: Pilatos se lava las manos; Jesús con la cruz a cuestas (Mateo 27, 24-25 y Juan 19, 16-17)

«Esta historia de encima es: cómo Pilatos se lavó las manos delante del pueblo y dijo: “soy inocente de la sangre de este hombre justo”. Así como san Mateo lo dice en su evangelio en el vigesimoséptimo capítulo. Y esta historia de judíos es: cómo Nuestro Señor Jesucristo llevando su cruz fue conducido a ser crucificado. Así como san Juan lo dice en su evangelio en el decimonoveno capítulo».

Una doble paráfrasis subtitula esta pintura, obteniendo sus elementos narrativos de dos Evangelios distintos. La ciudad-fortaleza de Jerusalén permite combinar los dos momentos del relato en dos registros que se superponen de manera natural en la imagen. En lo alto de la ciudadela, una de cuyas murallas se proyecta oblicuamente para dibujar una perspectiva artificial, casas y edificios públicos, vistos de frente, se abren como hornacinas pobladas de figuras humanas genéricas: el pueblo de Jerusalén está representado por tres jóvenes y un anciano que se inclinan por encima de las murallas para ver a Cristo salir de la ciudad hacia el Gólgota. El hombre representa a la multitud que Pilatos puso como testigo cuando lo obligó a entregar a Jesús, comprometiendo al mismo tiempo la responsabilidad de los hijos de Israel: «Soy inocente de esta sangre. ¡Es cosa vuestra!». Todo el pueblo respondió: «Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos» (Mateo 27, 24-25). Más a la derecha, Pilatos se lava las manos de la terrible fechoría poniéndolas bajo el agua que cae de una jarra de plata. El sirviente recoge el líquido en un plato, con una toalla al hombro para permitir luego que su dueño se seque. Entre ambos, un segundo anciano –sin duda un dignatario del templo– asiste a las abluciones del gobernador romano.
En el registro inferior la Virgen María, desolada, cruza la puerta de la ciudad con una de las fieles compañeras de Cristo. Detrás de su nimbo y del velo rojo de su seguidora, tres manchas blancas revelan que los colores que debían ponerse sobre la capa preparatoria para representar otras cabezas no se aplicaron. María quisiera acercarse a su Hijo, que la mira a los ojos, pero uno de los guardias la rechaza con su gran escudo rojo y la Virgen abre los brazos en señal de impotencia. Llevando su cruz, Jesús es conducido hacia el Calvario con otros dos prisioneros que caminan a su lado. El jefe de la cohorte avanza por delante, llevando en su diestra el extremo de una cuerda puesta alrededor del cuello del Mesías. Alguien ha penetrado en las filas de la soldadesca con cascos plateados que rodea a los prisioneros: debe de tratarse de Simón, el hombre de Cirene del que hablan Mateo, Marcos y Lucas, que ayudó a Jesús a llevar el instrumento de su suplicio.

Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)


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