Salterio Glosado

f. 108v, salmo 63  Escucha Dios mi oración, cuando ruego


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El primer registro de un total de dos se adhiere al tono metafórico habitual en el texto del Salterio y que ya hemos visto reflejado tangencialmente en otras viñetas catalanas, de carácter bastante literal. Un personaje o monje, ante un altar dignificado por una cruz de oro, reproduce el esquema del orante que también reiteran algunas iniciales de esta parte del códice (v.2, Exaudi Deus orationem meam...//Escucha Dios mi oración...). Sin embargo, este individuo es ahora amenazado por un par de demonios arqueros, quizás de raigambre menor ya que carecen de alas, que se presentan en el momento de disparar sendas flechas sobre el inocente (v. 4, Quia exacuerunt ut gladium linguas suas: intenderunt arcum rem amaram// Porque aguzaron como espada sus lenguas: entensaron el arco, cosa amarga; v. 5, Ut sagittent in occultis immaculatum// Para asaetear en oculto al inocente), que confiesa temer al demonio y su constante persecución (S.E. Hyeronimus, Breviarium..., 1062). Sin embargo, las heridas que pueden causar los pérfidos diablos negroides son comparadas por el salmista a las flechas de los niños (v. 8, ...Sagittae parvulorum factae sunt plagae eorum// ...Las llagas de ellos son como las flechas de pequeñuelos), que en la miniatura disparan hacia el cielo al son que tocan dos diablos mayores, singularmente orejudos, en el extremo derecho del alargado escenario. Las flechas son devueltas sobre aquellos que las han disparado de modo que parecen llegar a clavarse en sus propias frentes (v. 9, Et infirmatae sunt contra eos linguae eorum// Y quedaron sin fuerza contra ellos mismos sus lenguas.), recuperando el paralelismo entre lenguas y arcos planteado en el versículo cuarto. El motivo aislado permite recordar el tema del cazador que en el Monte Gárgano dispara sobre el becerro de san Miguel arcángel y es herido por su propia flecha.

En el nivel inferior se interrumpe la trascripción del texto y se pasa a la explanación o ejemplificación cristológica. La oración de Cristo en el huerto de los Olivos es elegida como referente de las imprecaciones davídicas, cuando David pide a Dios la liberación de sus sempiternos enemigos. La escena del Huerto se define atendiendo a dos momentos distintos que remarcan la preparación de Cristo para la muerte. El primero se ciñe a la llamada de Dios Padre que bendice a su Hijo desde el arco del cielo, mientras Pedro, Juan y Santiago duermen plácidamente. El espacio disponible ha permitido que sus cuerpos se extiendan cuan largos son, sin las habituales contorsiones o amontonamiento que caracterizan otras pinturas. El segundo momento responde al descenso del ángel que se convierte en consuelo de Jesús, paradigma del inocente, ante la muerte que le ha sido asignada, pero que también simboliza su aceptación de la voluntad paterna. San Agustín remarca que el salmo 63 se halla dedicado a la pasión de Cristo (Enarraciones II, p. 591 y ss.) aludiendo a la oración del mismo en el Huerto de los Olivos: “Pater, si fieri potest, transeat a me calix iste?” y “Verum non quod ego volo, sed quod tu vis, Pater” (Mateo, 26, 39-42). Se trata de los dos instantes en que se ha desglosado la imagen, aunque esta conduzca, determinada por la presencia del ángel, al Evangelio de Lucas (“Apparuit autem illi angelus de coelo, confortans eum. Et factus in agonia, prolixius orabat”: Lucas, 22, 43).


f. 108v, salmo 63  Escucha Dios mi oración, cuando ruego

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f. 108v, salmo 63  Escucha Dios mi oración, cuando ruego

El primer registro de un total de dos se adhiere al tono metafórico habitual en el texto del Salterio y que ya hemos visto reflejado tangencialmente en otras viñetas catalanas, de carácter bastante literal. Un personaje o monje, ante un altar dignificado por una cruz de oro, reproduce el esquema del orante que también reiteran algunas iniciales de esta parte del códice (v.2, Exaudi Deus orationem meam...//Escucha Dios mi oración...). Sin embargo, este individuo es ahora amenazado por un par de demonios arqueros, quizás de raigambre menor ya que carecen de alas, que se presentan en el momento de disparar sendas flechas sobre el inocente (v. 4, Quia exacuerunt ut gladium linguas suas: intenderunt arcum rem amaram// Porque aguzaron como espada sus lenguas: entensaron el arco, cosa amarga; v. 5, Ut sagittent in occultis immaculatum// Para asaetear en oculto al inocente), que confiesa temer al demonio y su constante persecución (S.E. Hyeronimus, Breviarium..., 1062). Sin embargo, las heridas que pueden causar los pérfidos diablos negroides son comparadas por el salmista a las flechas de los niños (v. 8, ...Sagittae parvulorum factae sunt plagae eorum// ...Las llagas de ellos son como las flechas de pequeñuelos), que en la miniatura disparan hacia el cielo al son que tocan dos diablos mayores, singularmente orejudos, en el extremo derecho del alargado escenario. Las flechas son devueltas sobre aquellos que las han disparado de modo que parecen llegar a clavarse en sus propias frentes (v. 9, Et infirmatae sunt contra eos linguae eorum// Y quedaron sin fuerza contra ellos mismos sus lenguas.), recuperando el paralelismo entre lenguas y arcos planteado en el versículo cuarto. El motivo aislado permite recordar el tema del cazador que en el Monte Gárgano dispara sobre el becerro de san Miguel arcángel y es herido por su propia flecha.

En el nivel inferior se interrumpe la trascripción del texto y se pasa a la explanación o ejemplificación cristológica. La oración de Cristo en el huerto de los Olivos es elegida como referente de las imprecaciones davídicas, cuando David pide a Dios la liberación de sus sempiternos enemigos. La escena del Huerto se define atendiendo a dos momentos distintos que remarcan la preparación de Cristo para la muerte. El primero se ciñe a la llamada de Dios Padre que bendice a su Hijo desde el arco del cielo, mientras Pedro, Juan y Santiago duermen plácidamente. El espacio disponible ha permitido que sus cuerpos se extiendan cuan largos son, sin las habituales contorsiones o amontonamiento que caracterizan otras pinturas. El segundo momento responde al descenso del ángel que se convierte en consuelo de Jesús, paradigma del inocente, ante la muerte que le ha sido asignada, pero que también simboliza su aceptación de la voluntad paterna. San Agustín remarca que el salmo 63 se halla dedicado a la pasión de Cristo (Enarraciones II, p. 591 y ss.) aludiendo a la oración del mismo en el Huerto de los Olivos: “Pater, si fieri potest, transeat a me calix iste?” y “Verum non quod ego volo, sed quod tu vis, Pater” (Mateo, 26, 39-42). Se trata de los dos instantes en que se ha desglosado la imagen, aunque esta conduzca, determinada por la presencia del ángel, al Evangelio de Lucas (“Apparuit autem illi angelus de coelo, confortans eum. Et factus in agonia, prolixius orabat”: Lucas, 22, 43).


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