Las Muy Ricas Horas del duque Jean de Berry

f. 44v, Natividad


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Resulta curioso comparar esta escena de Natividad con otra que, con el mismo tema, los hermanos Limbourg plasmaron en un encargo anterior de Jean de Berry, las preciosas —si bien inferiores— Bellas Horas. En aquélla ocasión, la Virgen aparecía recostada, meciendo al Niño Jesús entre sus brazos. En ésta, sin embargo, vemos a la Virgen arrodillada y al niño descansando sobre un lecho de paja. Un San José de larga barba blanca levanta una mano en subyugada admiración, no en vano está viendo caer sobre Jesús un rayo que sale directamente de la boca del Dios Padre. Sobre estos rayos que conectan a Dios con su hijo vuela una paloma, lo cual implica que en la iluminación se está representando no sólo el Verbo encarnado, sino también la Trinidad. De hecho, los rayos divinos se reparten casi por toda la escena, se cuelan por los agujeros del tejado del belén y alcanzan también a unos pastores en una ladera angosta.

Como es habitual en las miniaturas de los Limbourg, en el fondo de la imagen —esta vez tras los rayos dorados— se entreven los muros exteriores de una ciudad ubicada en lo escarpado de un monte. El hecho de que uno de los tres personajes que se asoman desde la izquierda lleve un turbante puntiagudo está cargado de intención, pues con él los Limbourg dejan claro que la escena tiene lugar en Oriente. Con la misma finalidad, el bordado dorado que adorna la túnica de la virgen dibuja caracteres árabes.

 


f. 44v, Natividad

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f. 44v, Natividad

Resulta curioso comparar esta escena de Natividad con otra que, con el mismo tema, los hermanos Limbourg plasmaron en un encargo anterior de Jean de Berry, las preciosas —si bien inferiores— Bellas Horas. En aquélla ocasión, la Virgen aparecía recostada, meciendo al Niño Jesús entre sus brazos. En ésta, sin embargo, vemos a la Virgen arrodillada y al niño descansando sobre un lecho de paja. Un San José de larga barba blanca levanta una mano en subyugada admiración, no en vano está viendo caer sobre Jesús un rayo que sale directamente de la boca del Dios Padre. Sobre estos rayos que conectan a Dios con su hijo vuela una paloma, lo cual implica que en la iluminación se está representando no sólo el Verbo encarnado, sino también la Trinidad. De hecho, los rayos divinos se reparten casi por toda la escena, se cuelan por los agujeros del tejado del belén y alcanzan también a unos pastores en una ladera angosta.

Como es habitual en las miniaturas de los Limbourg, en el fondo de la imagen —esta vez tras los rayos dorados— se entreven los muros exteriores de una ciudad ubicada en lo escarpado de un monte. El hecho de que uno de los tres personajes que se asoman desde la izquierda lleve un turbante puntiagudo está cargado de intención, pues con él los Limbourg dejan claro que la escena tiene lugar en Oriente. Con la misma finalidad, el bordado dorado que adorna la túnica de la virgen dibuja caracteres árabes.

 


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