Libro del Tesoro

f. 58r, Del perro


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Los perros nacen ciegos pero al cabo de unos días cobran la vista, según el orden de la naturaleza. Y, si bien el perro quiere al hombre más que ningún otro animal, en general no conoce a las personas extrañas, sino solamente a aquellos con los que vive. Y atiende por su nombre y reconoce la voz de su dueño.
 
Curan sus heridas con la lengua. A menudo vomita la comida, y después vuelve a ingerirla. Cuando lleva carne u otra cosa en la boca, y cruza por algún charco o corriente de agua y ve en su reflejo aquello que lleva, deja lo que tiene por lo que ve, que no es nada.
 
Debéis saber que del cruce entre lobos y perros nacen unos perros muy fieros. Pero los más fieros de todos nacen del cruce de tigres con perras, pues son tan feroces y veloces que parecen diablos. Los demás perros, los domésticos, son de distintas variedades. Hay perros pequeños, buenos guardianes de la casa. Hay perros chatos, buenos para las habitaciones de las mujeres y las doncellas. Y, si han sido engendrados de padres pequeños, se les puede criar mientras son jóvenes con poca comida, en una olla pequeña o en cualquier recipiente pequeño, y serán tan pequeños que serán una maravilla. Se les debe tirar a menudo de las orejas hacia abajo, para que sean largas, pues son más hermosos cuando les cuelgan las orejas.
 
Otra variedad son los perros podencos, con las orejas colgantes por naturaleza. Conocen por el olor a las bestias y a las aves, y son muy sagaces para la caza, de la que reciben mucho placer. Por eso se les debe querer mucho y guardarlos de mal acoplamiento, pues el sentido del olfato le viene a los perros por su linaje. Por eso dice el proverbio que el perro caza por naturaleza.
 
Otra variedad son los lebreles, a los que también se llama seguidores, porque siguen a la bestia hasta que la matan. Algunos se aplican a aquello que aprendieron en su juventud: unos cazan ciervos y otras bestias salvajes, otros cazan liebres y nutrias y otras bestias que viven en las aguas. Otros son perros galgos, muy ligeros para correr y ágiles en apresar las bestias con la boca. Otros son perros mastines, muy grandes, fuertes y valientes, que dan caza a los osos y a los jabalíes, a los lobos y a todas las bestias grandes; atacan fieramente incluso a los hombres.
 
Y leemos en las historias antiguas que un rey fue preso por sus enemigos, y que sus perros reunieron una gran manada con otros perros y que se pelearon tan duramente contra quienes tenían prisionero al rey que consiguieron liberarlo por la fuerza. No hace mucho, en la Champaña, se reunieron todos los perros de aquella tierra en un lugar donde se pelearon tan encarnizadamente que ninguno de ellos escapó de la muerte; todos los de la región murieron.
 
Y como el libro dice que los perros aman al hombre más que ningún otro animal, voy a contaros algunas historias de las que nuestros maestros explican en sus libros. Sabed que cuando mataron a Iaso de Licia su perro no quiso comer nada en absoluto, y se dejó morir de dolor. Cuando echaron al fuego al rey Lisímaco por el crimen que había cometido, su perro se tiró al fuego con su dueño y se dejó quemar con él. Otro perro entró en prisión con su amo, y cuando el dueño fue echado al río Tíber, que pasa por Roma, el perro se tiró tras él, y llevó el cuerpo por el río mientras pudo. 

Traducción del texto original de Brunetto Lattini en el Bestiario del Libro del Tesoro (ca. 1230-1294)
Conservado en la Biblioteca Nacional de Rusia, San Petersburgo 

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f. 58r, Del perro

Los perros nacen ciegos pero al cabo de unos días cobran la vista, según el orden de la naturaleza. Y, si bien el perro quiere al hombre más que ningún otro animal, en general no conoce a las personas extrañas, sino solamente a aquellos con los que vive. Y atiende por su nombre y reconoce la voz de su dueño.
 
Curan sus heridas con la lengua. A menudo vomita la comida, y después vuelve a ingerirla. Cuando lleva carne u otra cosa en la boca, y cruza por algún charco o corriente de agua y ve en su reflejo aquello que lleva, deja lo que tiene por lo que ve, que no es nada.
 
Debéis saber que del cruce entre lobos y perros nacen unos perros muy fieros. Pero los más fieros de todos nacen del cruce de tigres con perras, pues son tan feroces y veloces que parecen diablos. Los demás perros, los domésticos, son de distintas variedades. Hay perros pequeños, buenos guardianes de la casa. Hay perros chatos, buenos para las habitaciones de las mujeres y las doncellas. Y, si han sido engendrados de padres pequeños, se les puede criar mientras son jóvenes con poca comida, en una olla pequeña o en cualquier recipiente pequeño, y serán tan pequeños que serán una maravilla. Se les debe tirar a menudo de las orejas hacia abajo, para que sean largas, pues son más hermosos cuando les cuelgan las orejas.
 
Otra variedad son los perros podencos, con las orejas colgantes por naturaleza. Conocen por el olor a las bestias y a las aves, y son muy sagaces para la caza, de la que reciben mucho placer. Por eso se les debe querer mucho y guardarlos de mal acoplamiento, pues el sentido del olfato le viene a los perros por su linaje. Por eso dice el proverbio que el perro caza por naturaleza.
 
Otra variedad son los lebreles, a los que también se llama seguidores, porque siguen a la bestia hasta que la matan. Algunos se aplican a aquello que aprendieron en su juventud: unos cazan ciervos y otras bestias salvajes, otros cazan liebres y nutrias y otras bestias que viven en las aguas. Otros son perros galgos, muy ligeros para correr y ágiles en apresar las bestias con la boca. Otros son perros mastines, muy grandes, fuertes y valientes, que dan caza a los osos y a los jabalíes, a los lobos y a todas las bestias grandes; atacan fieramente incluso a los hombres.
 
Y leemos en las historias antiguas que un rey fue preso por sus enemigos, y que sus perros reunieron una gran manada con otros perros y que se pelearon tan duramente contra quienes tenían prisionero al rey que consiguieron liberarlo por la fuerza. No hace mucho, en la Champaña, se reunieron todos los perros de aquella tierra en un lugar donde se pelearon tan encarnizadamente que ninguno de ellos escapó de la muerte; todos los de la región murieron.
 
Y como el libro dice que los perros aman al hombre más que ningún otro animal, voy a contaros algunas historias de las que nuestros maestros explican en sus libros. Sabed que cuando mataron a Iaso de Licia su perro no quiso comer nada en absoluto, y se dejó morir de dolor. Cuando echaron al fuego al rey Lisímaco por el crimen que había cometido, su perro se tiró al fuego con su dueño y se dejó quemar con él. Otro perro entró en prisión con su amo, y cuando el dueño fue echado al río Tíber, que pasa por Roma, el perro se tiró tras él, y llevó el cuerpo por el río mientras pudo. 

Traducción del texto original de Brunetto Lattini en el Bestiario del Libro del Tesoro (ca. 1230-1294)
Conservado en la Biblioteca Nacional de Rusia, San Petersburgo 

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