Salterio Glosado

f. 135r, salmo 77  Las mesas dispuestas por Dios en el desierto y el convite eucarístico


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El salmo 77 exhorta a la fidelidad a la ley teniendo en cuenta las maravillas que la divinidad es capaz de producir, para bien y para mal de sus fieles, con amplias referencias a la historia concreta de los israelitas en el desierto después de su partida de Egipto. Las seis escenas divididas en dos registros que reflejan esta idea reúnen de nuevo algunos capítulos del Antiguo Testamento sobre los que se afianzan los episodios de la Santa Cena y una representación de la comunión que tiene lugar durante la celebración de una Misa. Las cuatro viñetas iniciales, en una lectura de izquierda a derecha y de arriba abajo, son en buena medida prefiguras de las imágenes eucarísticas que siguen. Vemos en primer lugar el prodigio acaecido en la roca de Horeb (Éxodo, 17, 1-7, s. 77, v. 27), de la que surgirá agua abundante evitando la muerte de los hebreos sedientos y de sus animales, gracias a la intervención de Moisés, que situado ante Aarón toca la roca con su vara (v.15-20). El pintor muestra el agua que fluye desde lo alto y nos descubre su interés por la representación de las bestias, que alcanzan un destacado protagonismo en este episodio y en otros que ya se han comentado o se comentarán más adelante. A continuación se asiste a la lluvia del maná y de las codornices que brinda el cielo y que caen sobre el campamento del pueblo de Israel (v. 24-30). Las tiendas blancas, azules, verdes, ocres o rosadas se abren para dejar salir a sus moradores, que intentan atrapar a los pájaros, convertidos prontamente en alimento, y acceden también al maná que cae del cielo (Éxodo 16, 1-36). Por tanto, a la donación del agua se une ahora la de los manjares celestiales que Dios suministra a su pueblo hambriento y que el salmo evoca cumplidamente como caídos en el campamento de los israelitas (v. 28, Et ceciderunt in medio castrorum eorum, circa tabernacula eorum./ Y cayeron en medio de su campamento, alrededor de sus tiendas.). Llama la atención la exclusión de las mujeres que podían verse en la lenta marcha hacia la tierra prometida después del paso del mar Rojo y que, ahora, no consiguen hacerse un lugar entre los ancianos, los hombres y los niños. Las dos especies consagradas, la sangre y la carne, son aludidas por los episodios del Éxodo que preceden la Santa Cena. Sin embargo, antes de contemplar esta escena del Nuevo Testamento hay que referirse a dos episodios más pertenecientes al Antiguo. El largo salmo 77 da pie a sus contenidos  (v. 31-69). Todavía en el primer registro se incluyen las murmuraciones del pueblo israelita que en la llanura de Moab se revela de nuevo contra su guía y contra el Dios que lo ha sacado de Egipto. Una invasión de serpientes venenosas producirá la muerte de un buen número de israelitas, que comparecen yacentes en el suelo. Sus cuerpos rígidos son todavía dominio de algunas serpientes de estirpe maligna. Sólo una nueva intervención divina conseguirá frenar el avance devastador de los reptiles, después de la confesión de aquellos que habían difamado a Moisés y a su Señor. Se construyó una serpiente de bronce que, atada a un asta, gozaba de propiedades curativas, de modo que los heridos por las serpientes sanarían con solo verla (Números 21, 4-9). El grupo de los arrepentidos, representación de los pecadores perdonados, destaca por su calidad pictórica. La faz del primero de ellos recuerda muy de cerca algunas de las magníficas cabezas que Ferrer Bassa integró en la Coronación de Bellpuig.

Ya en la zona inferior vemos el transporte del arca de la Alianza, aquella que guardaba las tablas de la ley, que fue recuperada después de la derrota de Israel y de su cautiverio en poder de los filisteos (I, Samuel, 4-6) y defendida en diversas ocasiones del envite enemigo. La miniatura refleja el transporte del arca y la defensa del objeto sagrado por parte de algunos soldados, abanderados por un escudo con león blanco rampante, que se enfrentan a otros dirigidos por un guerrero que luce un escudo rojo decorado con un grifo negro. El arca y su estructura tienen especial interés. El arca judía recubierta de oro tiene forma de urna cristiana, decorada tanto en la caja como en la cubierta por figuras enteras, posiblemente de ángeles, realizadas en relieve y situadas bajo arcos lobulados. Este tipo de soluciones pictóricas, que imitan objetos de orfebrería, piezas o sepulcros con relieves esculpidos góticos, se hallan también en el Libro de Horas de María de Navarra (folio 196v).

Las exhortaciones del salmo 77 evocan la necesidad de respetar generación tras generación la ley que contiene el Arca y la ira de Dios frente a los que se sublevan contra ella. Los hijos de Efrem de la tribu de los filisteos rompieron la alianza pactada (v.10, Non custodierunt testamentum Dei: et in lege ejus noluerunt ambulare.// No guardaron la alianza hecha con Dios: y no quisieron caminar en su ley.), olvidando los prodigios del pasado. Entre ellos el Salterio no pasa por alto ni el paso del mar Rojo (folio 132) ni los milagros del desierto, que aportan sabrosos manjares divinos a los israelitas, pese a los que preguntaban de modo blasfemo: Numquid poterit Deus parare mensam in deserto?// ¿Por ventura podrá Dios preparar una mesa en el desierto? (v. 19). Respondiendo a esta forma de aludir a los que desconfían de la divinidad (v. 19-21), las imágenes rinden tributo a su poder tanto desde el Antiguo como desde el Nuevo Testamento. La miniatura halla cierre perfecto en el templo donde se conmemora la consagración cristiana del pan y del vino, como cuerpo y sangre de Cristo. Ferrer Bassa realiza un magnífico retrato de la escena en que, frente a un altar revestido con todo lo necesario (faldones, manteles, un libro, una cruz y dos candelabros), el sacerdote tonsurado, con la patena de las sagradas formas en la mano y asistido por un acólito que sostiene el cáliz, ofrece la comunión a un nutrido grupo de personajes arrodillados, entre los que destacan los dos situados en primer término, un hombre de edad avanzada y una mujer. La realeza de la pareja quizás podría cuestionarse, pero no la nobleza del grupo en términos generales.

Siguiendo el salmo, las ilustraciones debían oscilar entre el premio y el castigo, pero ponen especial énfasis en el primero, evocando también una renovada esperanza en la salvación eterna. De este modo el hombre puede nutrirse del “pan de los ángeles” (“v. 25, Panem angelorum manducavit homo: cibaria misit in abundantia// Pan de los ángeles comió el hombre: y les envió manjares en abundancia) y salvarse de las serpientes venenosas que lo acechan (v. 31).

f. 135r, salmo 77  Las mesas dispuestas por Dios en el desierto y el convite eucarístico

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f. 135r, salmo 77  Las mesas dispuestas por Dios en el desierto y el convite eucarístico

El salmo 77 exhorta a la fidelidad a la ley teniendo en cuenta las maravillas que la divinidad es capaz de producir, para bien y para mal de sus fieles, con amplias referencias a la historia concreta de los israelitas en el desierto después de su partida de Egipto. Las seis escenas divididas en dos registros que reflejan esta idea reúnen de nuevo algunos capítulos del Antiguo Testamento sobre los que se afianzan los episodios de la Santa Cena y una representación de la comunión que tiene lugar durante la celebración de una Misa. Las cuatro viñetas iniciales, en una lectura de izquierda a derecha y de arriba abajo, son en buena medida prefiguras de las imágenes eucarísticas que siguen. Vemos en primer lugar el prodigio acaecido en la roca de Horeb (Éxodo, 17, 1-7, s. 77, v. 27), de la que surgirá agua abundante evitando la muerte de los hebreos sedientos y de sus animales, gracias a la intervención de Moisés, que situado ante Aarón toca la roca con su vara (v.15-20). El pintor muestra el agua que fluye desde lo alto y nos descubre su interés por la representación de las bestias, que alcanzan un destacado protagonismo en este episodio y en otros que ya se han comentado o se comentarán más adelante. A continuación se asiste a la lluvia del maná y de las codornices que brinda el cielo y que caen sobre el campamento del pueblo de Israel (v. 24-30). Las tiendas blancas, azules, verdes, ocres o rosadas se abren para dejar salir a sus moradores, que intentan atrapar a los pájaros, convertidos prontamente en alimento, y acceden también al maná que cae del cielo (Éxodo 16, 1-36). Por tanto, a la donación del agua se une ahora la de los manjares celestiales que Dios suministra a su pueblo hambriento y que el salmo evoca cumplidamente como caídos en el campamento de los israelitas (v. 28, Et ceciderunt in medio castrorum eorum, circa tabernacula eorum./ Y cayeron en medio de su campamento, alrededor de sus tiendas.). Llama la atención la exclusión de las mujeres que podían verse en la lenta marcha hacia la tierra prometida después del paso del mar Rojo y que, ahora, no consiguen hacerse un lugar entre los ancianos, los hombres y los niños. Las dos especies consagradas, la sangre y la carne, son aludidas por los episodios del Éxodo que preceden la Santa Cena. Sin embargo, antes de contemplar esta escena del Nuevo Testamento hay que referirse a dos episodios más pertenecientes al Antiguo. El largo salmo 77 da pie a sus contenidos  (v. 31-69). Todavía en el primer registro se incluyen las murmuraciones del pueblo israelita que en la llanura de Moab se revela de nuevo contra su guía y contra el Dios que lo ha sacado de Egipto. Una invasión de serpientes venenosas producirá la muerte de un buen número de israelitas, que comparecen yacentes en el suelo. Sus cuerpos rígidos son todavía dominio de algunas serpientes de estirpe maligna. Sólo una nueva intervención divina conseguirá frenar el avance devastador de los reptiles, después de la confesión de aquellos que habían difamado a Moisés y a su Señor. Se construyó una serpiente de bronce que, atada a un asta, gozaba de propiedades curativas, de modo que los heridos por las serpientes sanarían con solo verla (Números 21, 4-9). El grupo de los arrepentidos, representación de los pecadores perdonados, destaca por su calidad pictórica. La faz del primero de ellos recuerda muy de cerca algunas de las magníficas cabezas que Ferrer Bassa integró en la Coronación de Bellpuig.

Ya en la zona inferior vemos el transporte del arca de la Alianza, aquella que guardaba las tablas de la ley, que fue recuperada después de la derrota de Israel y de su cautiverio en poder de los filisteos (I, Samuel, 4-6) y defendida en diversas ocasiones del envite enemigo. La miniatura refleja el transporte del arca y la defensa del objeto sagrado por parte de algunos soldados, abanderados por un escudo con león blanco rampante, que se enfrentan a otros dirigidos por un guerrero que luce un escudo rojo decorado con un grifo negro. El arca y su estructura tienen especial interés. El arca judía recubierta de oro tiene forma de urna cristiana, decorada tanto en la caja como en la cubierta por figuras enteras, posiblemente de ángeles, realizadas en relieve y situadas bajo arcos lobulados. Este tipo de soluciones pictóricas, que imitan objetos de orfebrería, piezas o sepulcros con relieves esculpidos góticos, se hallan también en el Libro de Horas de María de Navarra (folio 196v).

Las exhortaciones del salmo 77 evocan la necesidad de respetar generación tras generación la ley que contiene el Arca y la ira de Dios frente a los que se sublevan contra ella. Los hijos de Efrem de la tribu de los filisteos rompieron la alianza pactada (v.10, Non custodierunt testamentum Dei: et in lege ejus noluerunt ambulare.// No guardaron la alianza hecha con Dios: y no quisieron caminar en su ley.), olvidando los prodigios del pasado. Entre ellos el Salterio no pasa por alto ni el paso del mar Rojo (folio 132) ni los milagros del desierto, que aportan sabrosos manjares divinos a los israelitas, pese a los que preguntaban de modo blasfemo: Numquid poterit Deus parare mensam in deserto?// ¿Por ventura podrá Dios preparar una mesa en el desierto? (v. 19). Respondiendo a esta forma de aludir a los que desconfían de la divinidad (v. 19-21), las imágenes rinden tributo a su poder tanto desde el Antiguo como desde el Nuevo Testamento. La miniatura halla cierre perfecto en el templo donde se conmemora la consagración cristiana del pan y del vino, como cuerpo y sangre de Cristo. Ferrer Bassa realiza un magnífico retrato de la escena en que, frente a un altar revestido con todo lo necesario (faldones, manteles, un libro, una cruz y dos candelabros), el sacerdote tonsurado, con la patena de las sagradas formas en la mano y asistido por un acólito que sostiene el cáliz, ofrece la comunión a un nutrido grupo de personajes arrodillados, entre los que destacan los dos situados en primer término, un hombre de edad avanzada y una mujer. La realeza de la pareja quizás podría cuestionarse, pero no la nobleza del grupo en términos generales.

Siguiendo el salmo, las ilustraciones debían oscilar entre el premio y el castigo, pero ponen especial énfasis en el primero, evocando también una renovada esperanza en la salvación eterna. De este modo el hombre puede nutrirse del “pan de los ángeles” (“v. 25, Panem angelorum manducavit homo: cibaria misit in abundantia// Pan de los ángeles comió el hombre: y les envió manjares en abundancia) y salvarse de las serpientes venenosas que lo acechan (v. 31).

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