Libro de Horas de Luis de Orleans

f. 25r, Prima: Natividad


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La ilustración, como la mayoría de las que marcan el inicio de una de las horas, ocupa toda la página. La cenefa consiste en un fondo oscuro que imita el mármol, donde se destacan bustos de ángeles músicos saliendo de entre nubes: uno tañe, posiblemente, una fídula europea; otro toca un órgano portátil; otro, una chirimía; el cuarto, un laúd de cuerdas dobles punteadas con plectro y el quinto, un trombón. El marco, está formado por dos columnas sobre cuyos capiteles hay dos pastores; uno de ellos toca una cornamusa, instrumento que, a finales del siglo xv, era más propio de los grupos populares que de la aristocracia. El pastor de la derecha alarga sus manos, en un gesto vago. La aparición de estos personajes se relaciona con la adoración de los pastores que, por razones de espacio, no habría cabido en la miniatura. Cada columna se eleva sobre tres leones, y, en la parte inferior hay una cabeza de este felino unida a las basas de los elementos sustentantes por medio de formas vegetales. En este contexto, el león, posiblemente, haga referencia a Cristo, el león de Judá.

Dentro del marco, la miniatura muestra a Cristo adorado por la Virgen, por san José y por los ángeles: todo tiene lugar debajo de un edificio, con tejado a dos aguas de madera, casi en ruinas: san José, como un hombre de edad –cabello y barba grises–, se arrodilla hincando –como es frecuente entre los personajes masculinos de este códice– una rodilla, sonríe y abre sus brazos mostrando las palmas de las manos en señal de sorpresa; a continuación, Santa María con los cabellos sueltos, túnica de color gris y amplio manto azul con el borde de oro, mira a su hijo y, de rodillas y con las manos juntas, lo adora; seguidamente, Cristo desnudo, encima de un paño colocado sobre el heno del pesebre; a su lado, a la derecha, dos ángeles de rodillas lo adoran; sobre Cristo, caen del cielo uno rayos dorados, indicando la presencia divina; detrás de ellos, el buey y la mula, que, a diferencia de lo que solía ser frecuente en Jean Colombe, muestran cierto naturalismo y un buen escorzo que proporciona profundidad, lo que demuestra un período avanzado en el arte del taller de Jean Colombe. El paisaje está nevado, similar, por este aspecto y la representación de algunos campesinos trabajando, al del mes de febrero de Las muy ricas horas del duque de Berry (f. 2v.), lo que, como ya se ha visto, sitúa la cronología de este manuscrito en una fecha posterior a los encargos de los duques de Saboya.

Debajo de la escena de la Natividad figura un cartel recto. En el último registro, dos arcos carpaneles geminados albergan a dos profetas que sostienen largas filacterias, donde debería estar escrito el texto de sus profecías, desenrolladadas, envolviéndolos y creando espacio. Uno de ellos, el de la izquierda, señala con su dedo la escena que se desarrolla arriba. Posiblemente se trate de Isaías –así, en la filacteria, debería estar escrita su profecía relativa al advenimiento de Cristo (Is. 9, 6)– y el otro de Miqueas –cuya profecía hace referencia al nacimiento de Cristo en Belén (Mi. 5,1) y que debería constar en el rollo que sostiene el profeta. Se ha seguido, pese al leve intento de trampantojo, el sistema de representación parisiense, como va a ser habitual en estas escenas a lo largo del libro, cuyas fuentes más remotas se hundían, como ya se ha visto, en ciertas obras del Maestro de Bedford.

La Natividad se interpretó de muy diversas formas, muchas de ellas no excluyentes: así, como señala san Agustín, el nacimiento es reflejo de la Resurrección de Cristo, también es figura, para san Gregorio, del sacramento del altar que sirve de alimento a los fieles. En cuanto al buey y la mula, figurados desde las primeras representaciones en sarcófagos paleocristianos, representan, según san Ambrosio y san Agustín, el pueblo judío –el buey– y el gentil –la mula. La aparición de estos animales se conocía desde el siglo iv, pero solo se consigna en el vi en el Evangelio apócrifo del pseudo-Mateo (c. 14), que dice cómo María «reclinó al Niño en un pesebre y el buey el asno lo adoraron. Entonces, se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: el buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su señor».

f. 25r, Prima: Natividad

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f. 25r, Prima: Natividad

La ilustración, como la mayoría de las que marcan el inicio de una de las horas, ocupa toda la página. La cenefa consiste en un fondo oscuro que imita el mármol, donde se destacan bustos de ángeles músicos saliendo de entre nubes: uno tañe, posiblemente, una fídula europea; otro toca un órgano portátil; otro, una chirimía; el cuarto, un laúd de cuerdas dobles punteadas con plectro y el quinto, un trombón. El marco, está formado por dos columnas sobre cuyos capiteles hay dos pastores; uno de ellos toca una cornamusa, instrumento que, a finales del siglo xv, era más propio de los grupos populares que de la aristocracia. El pastor de la derecha alarga sus manos, en un gesto vago. La aparición de estos personajes se relaciona con la adoración de los pastores que, por razones de espacio, no habría cabido en la miniatura. Cada columna se eleva sobre tres leones, y, en la parte inferior hay una cabeza de este felino unida a las basas de los elementos sustentantes por medio de formas vegetales. En este contexto, el león, posiblemente, haga referencia a Cristo, el león de Judá.

Dentro del marco, la miniatura muestra a Cristo adorado por la Virgen, por san José y por los ángeles: todo tiene lugar debajo de un edificio, con tejado a dos aguas de madera, casi en ruinas: san José, como un hombre de edad –cabello y barba grises–, se arrodilla hincando –como es frecuente entre los personajes masculinos de este códice– una rodilla, sonríe y abre sus brazos mostrando las palmas de las manos en señal de sorpresa; a continuación, Santa María con los cabellos sueltos, túnica de color gris y amplio manto azul con el borde de oro, mira a su hijo y, de rodillas y con las manos juntas, lo adora; seguidamente, Cristo desnudo, encima de un paño colocado sobre el heno del pesebre; a su lado, a la derecha, dos ángeles de rodillas lo adoran; sobre Cristo, caen del cielo uno rayos dorados, indicando la presencia divina; detrás de ellos, el buey y la mula, que, a diferencia de lo que solía ser frecuente en Jean Colombe, muestran cierto naturalismo y un buen escorzo que proporciona profundidad, lo que demuestra un período avanzado en el arte del taller de Jean Colombe. El paisaje está nevado, similar, por este aspecto y la representación de algunos campesinos trabajando, al del mes de febrero de Las muy ricas horas del duque de Berry (f. 2v.), lo que, como ya se ha visto, sitúa la cronología de este manuscrito en una fecha posterior a los encargos de los duques de Saboya.

Debajo de la escena de la Natividad figura un cartel recto. En el último registro, dos arcos carpaneles geminados albergan a dos profetas que sostienen largas filacterias, donde debería estar escrito el texto de sus profecías, desenrolladadas, envolviéndolos y creando espacio. Uno de ellos, el de la izquierda, señala con su dedo la escena que se desarrolla arriba. Posiblemente se trate de Isaías –así, en la filacteria, debería estar escrita su profecía relativa al advenimiento de Cristo (Is. 9, 6)– y el otro de Miqueas –cuya profecía hace referencia al nacimiento de Cristo en Belén (Mi. 5,1) y que debería constar en el rollo que sostiene el profeta. Se ha seguido, pese al leve intento de trampantojo, el sistema de representación parisiense, como va a ser habitual en estas escenas a lo largo del libro, cuyas fuentes más remotas se hundían, como ya se ha visto, en ciertas obras del Maestro de Bedford.

La Natividad se interpretó de muy diversas formas, muchas de ellas no excluyentes: así, como señala san Agustín, el nacimiento es reflejo de la Resurrección de Cristo, también es figura, para san Gregorio, del sacramento del altar que sirve de alimento a los fieles. En cuanto al buey y la mula, figurados desde las primeras representaciones en sarcófagos paleocristianos, representan, según san Ambrosio y san Agustín, el pueblo judío –el buey– y el gentil –la mula. La aparición de estos animales se conocía desde el siglo iv, pero solo se consigna en el vi en el Evangelio apócrifo del pseudo-Mateo (c. 14), que dice cómo María «reclinó al Niño en un pesebre y el buey el asno lo adoraron. Entonces, se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: el buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su señor».

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