Los forasteros se despiden de las jovenes en presencia de sus padres, entregándoles un obsequio, f. 52v

Libro de las maravillas del mundo,
Marco Polo - Odorico de Pordenone

Los forasteros se despiden de las jovenes en presencia de sus padres, entregándoles un obsequio, f. 52v


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Los forasteros se despiden de las jóvenes en presencia de sus padres, entregándoles un obsequio, f. 52v

 

Durante veinte días, hay que atravesar muchos lugares desiertos por los que rondan un sinfín de animales salvajes, lo que hace el camino muy peligroso. Los viajeros caminan hacia las orillas de los ríos para encontrar unos bambús grandes y gruesos, de más de tres palmos de circunferencia y unos quince pasos de largo. Los cortan verdes y los queman cuando desean pasar la noche a salvo, ya que al arder revientan por la mitad y crujen tan fuerte que el estallido se escucha desde lejos. El estruendo es tan intenso que algunos deben coger algodón para taparse los oídos.

Tras sortear estas adversidades, se encuentran diversos poblados en las faldas de las montañas.
Una de estas provincias tiene una extraña costumbre: los hombres tienen por gran cortesía y hospitalidad entregar a sus mujeres y a sus hijas a los forasteros que por allí pasan, de modo que yacen con ellas. Lo hacen con tal buena voluntad, que si algún extranjero se alojara en una casa y no deseara acostarse con la mujer o hija del dueño, este se sentirá gravemente ofendido, considerando que su mujer no ha agradado al forastero, y lo tendrá por gran afrenta.

Cuando el huésped llega, el dueño de casa manda llamar a su esposa, hija o hermana, según tenga, y le ordena lavar cuidadosamente al viajero, darle de comer y beber, y que luego haga todo cuanto ´él desee. Las mujeres son muy bellas, complacientes y se sienten muy honradas de cumplir esta costumbre.

Cuando el forastero se marcha, debe dejar a la mujer un signo, como un collar, una sortija o cualquier otra joya. Cuantas más¡s joyas y collares posee una mujer, más honrada y estimada es entre los suyos, pues significa que muchos forasteros la han buscado y que ha complacido a muchos.

Así viven estas gentes y practican esta costumbre, sin tenerlo por pecado ni deshonra, sino como acto de cortesía y hospitalidad hacia los viajeros.

Cuando las mujeres se casan, ofrecen a sus maridos todas sus joyas, y si alguna queda encinta, el hijo es criado por el hombre con quien se ha desposado, y será su heredero, al igual que los que vengan después. 

No obstante, una vez desposada una mujer, la estiman mucho y se considera abominable que alguno de ellos intente acercarse a la esposa de otro.


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Durante veinte días, hay que atravesar muchos lugares desiertos por los que rondan un sinfín de animales salvajes, lo que hace el camino muy peligroso. Los viajeros caminan hacia las orillas de los ríos para encontrar unos bambús grandes y gruesos, de más de tres palmos de circunferencia y unos quince pasos de largo. Los cortan verdes y los queman cuando desean pasar la noche a salvo, ya que al arder revientan por la mitad y crujen tan fuerte que el estallido se escucha desde lejos. El estruendo es tan intenso que algunos deben coger algodón para taparse los oídos.

Tras sortear estas adversidades, se encuentran diversos poblados en las faldas de las montañas.
Una de estas provincias tiene una extraña costumbre: los hombres tienen por gran cortesía y hospitalidad entregar a sus mujeres y a sus hijas a los forasteros que por allí pasan, de modo que yacen con ellas. Lo hacen con tal buena voluntad, que si algún extranjero se alojara en una casa y no deseara acostarse con la mujer o hija del dueño, este se sentirá gravemente ofendido, considerando que su mujer no ha agradado al forastero, y lo tendrá por gran afrenta.

Cuando el huésped llega, el dueño de casa manda llamar a su esposa, hija o hermana, según tenga, y le ordena lavar cuidadosamente al viajero, darle de comer y beber, y que luego haga todo cuanto ´él desee. Las mujeres son muy bellas, complacientes y se sienten muy honradas de cumplir esta costumbre.

Cuando el forastero se marcha, debe dejar a la mujer un signo, como un collar, una sortija o cualquier otra joya. Cuantas más¡s joyas y collares posee una mujer, más honrada y estimada es entre los suyos, pues significa que muchos forasteros la han buscado y que ha complacido a muchos.

Así viven estas gentes y practican esta costumbre, sin tenerlo por pecado ni deshonra, sino como acto de cortesía y hospitalidad hacia los viajeros.

Cuando las mujeres se casan, ofrecen a sus maridos todas sus joyas, y si alguna queda encinta, el hijo es criado por el hombre con quien se ha desposado, y será su heredero, al igual que los que vengan después. 

No obstante, una vez desposada una mujer, la estiman mucho y se considera abominable que alguno de ellos intente acercarse a la esposa de otro.


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